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Actualizado: 2 de junio de 2025
El molusco que se arrastra sobre su abdomen fué el pobre siervo de la gleba. El pulpo, con todo su orgullo, su hinchazón, su ronquido, mal nadador y andarín nulo, no deja de ser por eso el siervo de la casualidad: sin su potencia de embotamiento no hubiese podido vivir.
El estertor crecía, sonaba más estridente y más lúgubre por momentos. Los sollozos de Clementina y Marcela cortaban por intervalos las notas de aquel ronquido fatal. El duque, trémulo, alterado, se dejó al fin arrastrar de la habitación. D.ª Carmen no volvió a hablar. Tenía los ojos cerrados, la boca entreabierta, el cuerpo tranquilo.
Parece mentira.... ¡Un chico como un castillo acabar tan pronto...! ¡Ay, cómo me duele ese ronquido...! ¡Cristo! Parece que me rasgan algo aquí, dentro de los pulmones. ¡Señor! ¡Qué justicia! Los carcamales como yo, buenos y sanos, y ese chico que parecía comerse al mundo, camino del cementerio. Hubo una larga pausa. Mujer, ya estarás contenta. Al fin has salido con la tuya.
Los vidrios de la ribera de Santa Lucía temblaron con el ronquido del motor de la goleta, máquina vieja y escandalosa, que imitaba el chapoteo de un perro cansado. Mientras tanto, las velas se tendían á lo largo de los mástiles, aleteando bajo los primeros manotones del viento. Tres días duró la navegación. En la primera noche el capitán paladeó el voluptuoso egoísmo del descanso á solas.
El pecho elevábase acelerada y trabajosamente, como si dentro funcionara una válvula vieja, y en la alcoba sonaba sin interrupción un ronquido silbante, cual si a lo lejos estuviera una locomotora expeliendo el vapor de sus calderas. La familia pasó toda la noche junto a la cama del enfermo. Doña Manuela, a pesar de su ánimo varonil, estaba aturdida por el asombro.
Temía que de pronto un ronquido grosero cortase esta música incomprensible para él, y que, por lo mismo, debía ser magnífica. Se pellizcaba las piernas para espabilarse; extendía los brazos; cubríase la boca con una mano para ahogar sus bostezos. Pasó mucho tiempo. Gallardo no estaba seguro de si había llegado a dormir. De pronto sonó la voz de doña Sol, sacándole de su penosa somnolencia.
Parecía olvidada de los sombreros, pero seguía aplicando a su verdadera industria una meticulosa prudencia comercial. ¡Los hombres!... Los unificaba en su pensamiento, viéndolos con idéntica contracción de espasmo lúgubre y el mismo ronquido de agonía, eternos gestos con los que terminaba para ella indefectiblemente toda intimidad.
El revólver del señorito quedó asomando a la abertura del bolsillo, sin que la mano tuviese fuerzas para tirar de él. Vaciló Dupont sobre sus pies, sonó un ronquido de bestia degollada; un estertor que aceleró los borbotones del chorro negro que salía de su cuello, como un caño roto.
Y yo tengo por evidente que este tonillo, otros de la misma laya, el ronquido en que suelen salir engarzados los vocablos en algunos lugares, y no pocas otras singularidades prosódicas, son intransmisibles por escrito, a no inventarse una anotación musical, adaptada para conseguirlo con muy sutil arte.
Un día, al volver de la Universidad, el joven encontró la casa en plena revolución. La señora estaba en la cama, con los ojos cerrados, la frente envuelta en lienzos que exhalaban un olor fuerte, la boca lívida, entreabierta por un ronquido doloroso. Había caído al suelo de repente, herida por el rayo de la congestión.
Palabra del Dia
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