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Fuera ya de la estancia enjugóse precipitadamente las lágrimas para no asustar a Monina, y sentando a esta en sus rodillas, púsose a explicarle muy bajo y con gran vehemencia algo que debía de ser importante... Escuchábala la niña con los ojos muy abiertos, con ese aire de atención profunda que revela a veces en los niños un instinto superior a sus años para adivinar lo peligroso o lo terrible; cuando cesó de hablar su abuela, dijo que con la cabeza... Besóla esta en la frente con amor inmenso y volvió a repetirle con gran cuidado lo que antes le había dicho, recalcando mucho algunas frases; Monina, sin decir palabra, volvió a decir que con la cabeza.

A las siete hallábase aún bastante entero, y dando una gran voz de repente, llamó a Monina... La marquesa hizo traer a la niña y púsola, como por la mañana, frente a él, encima del lecho; la inocente criatura agarrábase asustada al cuello de su abuela y miraba al enfermo con los ojos muy abiertos, sorprendida y silenciosa, sin atreverse a llorar.

Y Monina, cumplida su misión, diole un beso en la frente, escurrióse de la cama y echó a correr hacia la puerta.

Mas esta, veloz como el rayo, abrió de un solo golpe la ventana de cristales, y echando fuera el busto entero y la mano en que tenía las cartas, gritó con gran fuerza: ¡Monina!... ¡Que te vas a caer!... No saltes más... Mademoiselle, quite usted a la niña la cuerda...

Vengo a darte la gran prueba de que siempre estoy pensando en ti, y me recibes con cara de vinagre. ¿Qué me traes? Hoy, nada; pero mañana... Habla clarito... Sabrás, pichona repuso él urdiendo la más enmarañada trama de cosas verdaderas y falsas , has de saber, monina, que un señor, amigo mío, toma el teatro de las Musas para este año, y me ha nombrado su representante.

Concha se incomodó: ¿Lloras por el pelito?.. ¡Qué lástima de azotes!... No tienes la culpa, sino los que te crían como una princesita siendo tanto como nosotras... digo, menos que nosotras añadió por lo bajo, que al fin tenemos padres. ¡Vamos, Concha, déjala!... No hagas caso, monina, que pronto tendrás pelo otra vez dijo María con acento maternal.

Mírame con compasión... Apagóse aquí la voz de Diógenes, y oyóse tan sólo la temblorosa vocecita de Monina, que por un infeliz error o por una inspiración del cielo, equivocaba el último verso: ¡No le dejes, Madre mía! Diógenes ya no la oía: comenzaba entonces el estertor, y su angustioso resuello interrumpíase a veces por más de un minuto.

Quieta, Cecilita, quieta, que si le enseñas mis cartas a tu tía, me va a ganar. No hagas caso, monina, tira por ellas decía la joven riendo.

Mientras tanto, enviábale el cielo un auxilio inesperado en aquel mismo coche en que su desasosegada imaginación fantaseaba huir del Juez Supremo; en él volvía de Zaldívar, cuyas aguas medicinales tomaba todos los años, la marquesa de Villasis, con su nieta Monina, el aya de esta, una doncella, un mayordomo viejo que la acompañaba en todos sus viajes y un criado antiguo que venía en el pescante; era su idea alcanzar el sudexpreso que pasa por Zumárraga a las dos y media y estar en Madrid aquella noche misma.

Y con ambos puños cerrados se daba terribles golpes en el pecho, que retumbaban en todo el aposento y le hacían toser horriblemente, y le produjeron a poco un ligero vómito de sangre... Monina, falta ya de valor al verse al lado de allá de la puerta, agarrábase, con los labios blancos, a las faldas de su aya, preguntando muy bajito: ¿Se ha morido ya?...