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En un cajón de su escritorio estaba en un cuadrito la estampa de la Virgen de Regla que el día de su marcha le había regalado su madre; púsola en pie, delante de , apoyada en el tintero, y comenzó a escribir, a escribir, y se llevó dos horas escribiendo... Estaba contentísimo; sus negocios marchaban muy bien, y la Restauración era cosa segura. La condesa de Albornoz...

Hízolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó satisfecha, por verse con fama, aunque infame.

Al cabo vió el morador de Saturno una cosa imperceptible que se meneaba entre dos aguas en el mar Báltico, y era una ballena: púsola bonitamente encima del dedo, y colocándola en la uña del pulgar, se la enseñó al Sirio, que por la segunda vez se echó á reir de la enorme pequeñez de los moradores de nuestro globo.

Tomóla entonces la dama de la mano y entró con ella en el cuarto de Diógenes; púsola sobre la cama sin decir palabra, y salió de la estancia, cerrando la puerta.

Lucía, que caída la labor en el regazo escuchaba con vida y alma, púsola toda en sus ojos para preguntar, mudamente, algo a Sardiola.

Llegó a la N de palo, puso el un pie en la escalera, no subió a gatas ni despacio y viendo un escalón hendido, volvióse a la justicia y dijo que mandase aderezar aquel para otro, que no todos tenían su hígado. No os sabré encarecer cuán bien pareció a todos. Sentóse arriba, tiró las arrugas de la ropa atrás, tomó la soga y púsola en la nuez.

Y púsola en un poyo. Estaba yo con esto desvanecido y hecho dueño de la venta. Dijo una de las mujeres: ¡Qué buen talle de caballero! ¿Y va a estudiar? ¿Es V. Md. su criado? Yo respondí, creyendo que era así como lo decían, que yo y el otro lo éramos.

Sacó todas cuantas había y en su lugar puso piedras, palos y lo que halló, y encima dos o tres yesones y un tarazón de teja. Cerró la caja y púsola donde estaba, y dijo: -Pues aún no basta, que bota tiene el viejo. Sacóla el vino y desenfundando una almohada de nuestro coche, después de haber echado un poco de vino debajo, se la llenó de lana y estopa, y la cerró.

La Esfinge tomó la tarjeta, púsola a conveniente luz, y clavó en el retrato la vista a través de sus anteojos, con una fijeza tan inalterable y dura, que Ángel hubiera jurado que le hacía daño en el pecho y que por eso latía su corazón tan desacompasadamente.

A las siete hallábase aún bastante entero, y dando una gran voz de repente, llamó a Monina... La marquesa hizo traer a la niña y púsola, como por la mañana, frente a él, encima del lecho; la inocente criatura agarrábase asustada al cuello de su abuela y miraba al enfermo con los ojos muy abiertos, sorprendida y silenciosa, sin atreverse a llorar.