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Habitualmente encuentro muy bien al señor Boulmet, pero hoy me es sencillamente odioso... Su cráneo desnudo me parecía el receptáculo de un mundo infinito de malos pensamientos; aquellas dos cositas brillantes que esconde bajo sus anteojos de oro despedían para fulgores satánicos, y hasta su bigote gris, de aspecto ordinariamente bondadoso, tomó a mis ojos una significación agresiva.

En el entresuelo, Basilio vió á Sinang, tan bajita como cuando la conocieron nuestros lectores aunque algo más gruesa y más redonda desde que se ha casado. Y con gran sorpresa suya divisó allá en el fondo, charlando con Cpn. Basilio, el cura y el alférez de la Guardia civil, nada menos que al joyero Simoun siempre con sus anteojos azules y su aire desembarazado.

No pretendo valer mucho; pero... procuraré, bajo tan buena dirección, aprender en poco tiempo cuanto sea necesario. Castro Pérez sonrió, y a dos manos, juntando el pulgar y el índice se compuso los anteojos, y luego, dándose palmaditas en el abdómen, echóse atrás y me interrumpió. ¡Nada de lisonjas, joven! Nada merezco de cuanto dicen de .... Hablaba lenta y pausadamente, oyéndose.

Lita recostó su cabeza febril en el pecho de su mamá, y dejándose cantar lindas canciones en voz baja, quedose más profunda y tranquilamente dormida que si le hubieran propinado todo el frasco del remedio recetado por el médico de los anteojos de oro y del reloj que hacía tic-tac hasta en el bolsillo. ¡Siete días, sólo siete días bastaron a Lita para concluir su colcha blanca!

Era este un hombre bajito, entre rubio y canoso, con la nariz arqueada, el bigote blanco y los anteojos de oro. Ospitalech era dependiente del señor Levi-Alvarez y contó a su principal cómo Martín se brindaba a realizar la expedición difícil de entrar en el campo carlista para volver con las letras firmadas. ¿Cuánto quiere usted por eso? preguntó Levi-Alvarez. El veinte por ciento. ¡Caramba!

Barbarita tiene aún reminiscencias vagas de la tertulia en los tiempos de su niñez. Iba un fraile muy flaco que era el padre Alelí, un señor pequeñito con anteojos, que era el papá de Isabel, algunos militares y otros tipos que se confundían en su mente con las figuras de los dos mandarines. Y no sólo se hablaba de asuntos políticos y de la guerra civil, sino de cosas del comercio.

Llegó a hacer una cada día, sin faltar a sus deberes de mujer hacendosa; y esta gran manifestación de su genio calcetero, casi casi la envaneció. Se le había cansado mucho la vista con los disgustos y las tareas, y también había perdido la mitad del pelo, por lo cual usaba anteojos mientras trabajaba, y cofia a todas las horas del día.

Quisiera pedirle un favor..., ¡decirle dos palabras! dijo. Simoun hizo un gesto de impaciencia que Plácido en su turbacion no observó. En pocas palabras contó el joven lo que le había pasado manifestando su deseo de irse á Hong Kong. ¿Para qué? preguntó Simoun mirando á Plácido fijamente al través de sus anteojos azules. Plácido no contestó.

Y se fue el médico, con sus anteojos y su reloj. Requerida por Lita, miss Mary salió a comprar las agujas de madera y lana blanca, celeste y rosada. Se hizo esperar mucho, ella también. Pero, mientras volvía, la madre vistió a Lita, la lavó, la peinó, le puso agua de Colonia y la sentó en su silla rodante.

Al entrar una persona en sus dominios la mira por cima de sus dorados anteojos, contesta á los buenos días con un movimiento de cabeza si le es desconocida, y con una dulce sonrisa si es de su afecto, y después de este ligerísimo paréntesis su cara adquiere la severidad oficial de que está revestido, y continúa su trabajo esté quien esté en el despacho.