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Actualizado: 12 de junio de 2025


Cuando vio que no conseguía nada por las malas, se puso a hacerme caricias... ¡Anda, Carmelita, monina, ponme la corbata... te he de dar un dulce de los de la mesa... Yo le decía: ¿El que te toque a ti? , , el que me toque a ... ¡Oh, qué malo! ¡No sabe V., señorita, las monerías que hizo para sacármela! ¡Pobre Chuchú! ¿Por qué no se la ha puesto V.?

¡Y lo digo, Perico, lo digo! repuso gravemente el viejo . La alcanzan, , por cierto... Y en ti mismo lo ves ahora..., porque las habrás rezado... ¡, padre, ..., siempre, siempre! Y se las enseñé a Monina... Ni una noche las dejé, aunque hubiese...

Lo único que sintió fué tenerse que separar de su carnero, que dexó á la Academia de ciencias de Burdeos, la qual propuso por asunto del premio de aquel año determinar porque la lana de aquel carnero era encarnada; y se le adjudicó á un docto del Norte, que demostró por A mas B, ménos C dividido por Z, que era forzoso que fuera aquel carnero encarnado, y que se muriese de la moniña.

Don Quintín no pudo reprimir el atrevido pensamiento, y repuso: Monina, ¿me quieres a de huésped? No, porque vivo solita; un señor mayor, ; pero hombres de buena edad, así como usted... ¡nones! ¡De buena edad! ¿Qué cosa podía lisonjearle más? Una mujer joven y bonita le consideraba peligroso.

Uníanse en el jardín las carcajadas de Monina, que saltaba a la cuerda, con los mugidos del mar, que azotaba a la costa, como si en aquella naturaleza tan bella, tan en calma, tan espléndida, se armonizara lo inocente con lo terrible, el mar y el niño, la extrema debilidad y la extrema fiereza.

Ven, monina; ¡qué pícara es! tiene tus ojos, Gregoria. La besó, y la muchacha, en vez de devolver la caricia, soltó una carcajada estridente. ¡Ah! la tía Silda, ¡ja, ja, ja, ja! Y salió del cuarto riendo y haciendo cabriolas. Es una loca observó misia Gregoria, está furiosa porque nos vamos al Frigal, ¡figúrate!

Y entonces, a tan gran distancia del bello angelito, creyó faltar a su propósito escribiendo en aquella postdata la palabra beso, y borrándola con grandes tachaduras, puso en su lugar: «A Monina, que le llevaré un muñeco que dice papá y mamá». Después escribió en el sobre: Mme. Villa María. Biarritz.

Es verdad que teníamos aquí esta fanciullina exclamó, haciendo cómicos ademanes de susto, el marica. ¡No me hacía cargo!... Nada, monina, nada; sigue adelante, que son cosas de los grandes... La hija del Jubilado se volvió iracunda al sentir el alfilerazo y replicó con una frase insolente.

Y volviéndose después a Jacobo, un poco pálida, pero perfectamente serena, añadió sin abandonar la ventana: ¡Creí que se mataba!... ¡Con estos diablos de niños no se gana para sustos! Jacobo habíase quedado aplanado en su asiento, y tartamudeó entonces: ¿Tienes aquí a Monina?... ¿Pues no la había de tener?... ¿Quién me separa a de mi niña?... ¿ no la conoces?... ¿Quieres verla?...

Y sin esperar respuesta, volvió a gritar desde la ventana: ¡Mademoiselle!... Traiga usted aquí a la niña... A poco entraba Monina seguida del aya, y corrió a echarse en el regazo de su abuela, mirando a Jacobo con esa media sonrisa de los niños mimados, acariciados por todo el mundo, que parece decir al extraño: ¿Pero no me dice usted que soy muy bonito?...

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