United States or India ? Vote for the TOP Country of the Week !


Y no perder tiempo, amigo Esteven; espero que me ayudará usted como siempre, pues el destierro al Frigal no es tan inminente, ¿verdad? Mientras yo esté en el Ministerio, no se mueve usted de la capital. Le necesito; es usted mi brazo derecho.

De la palmada que aplicó al gorro, se lo hundió hasta los ojos. Pero, Bernardino, esto no es posible, ¿qué va a ser de nosotros? exclamó la señora sintiendo venir las lágrimas. ¿Qué? refugiarse en el Frigal y allí estarse hasta que el temporal amainara; ya vendrían tiempos mejores.

Dios castiga sin piedra ni palo: toma, toma... a comer cardos al Frigal ahora... ¿a dónde voy? ¿a dónde voy? Se acordó de míster Robert. Muchas veces le había oído a Quilito ponderar aquel hombre, elogiando su honradez, su contracción, su inteligencia; y cuando ella lo sacaba de ejemplo, estimulándole a imitarle, el joven hacía burlas.

Misia Casilda se acercó, dando vueltas en su imaginación a esta idea: ¿Será cierto la marcha al Frigal? y si se van al Frigal, ¿será cierta la quiebra? El mal trago, pasarlo pronto: la señora entró, y sufriendo los codazos de los mozos mal olientes, a la verdad, subió la escalera sucia de polvo, deteniéndose, para dar paso a un mueble que bajaban o a un changador, que subía.

Hablaba, y repercutía el sonido de su voz, como si dieran con un martillo sobre un caldero, ¡dam, dam, dam! y la vibración ensordecía. No grites tanto, Angelita suplicó misia Gregoria, sin abrir los ojos. Ella, no hizo caso y saltó de repente: Dime, mamá, ¿es cierto eso que le has dicho a la de Eneene, que nos vamos al Frigal? ¡En junio! sería ridículo.

Pero lo que más la irritaba era el qué dirán de las gentes, la murmuración de las amigas envidiosas, darles el gusto de verla abollada. ¡Ay, Dios mío! tengo tanta vergüenza, que quisiera morirme. La madre intervino: ¿Quieres callarte, Angelita? Estás ahí hablando zonceras sin fundamento; si nos vamos al Frigal, lo que no se ha decidido aún, será por mi salud, ni más ni menos.

¡Ah, tía Silda, que buena es usted! yo sin conocerla, siempre me la había figurado así... Yo soy Susana, su sobrinita, que tanto la quiere, porque yo la quiero, tía Silda, mucho, muchísimo; ¡qué alegre estoy! la veo aquí y no lo creo... Es Dios mismo quien le ha inspirado este paso, y su corazón bondadoso: yo siempre rogaba por usted y por el tío Pablo, y pedía en todas mis oraciones que la reconciliación se hiciera, porque no había razón, no había razón... ¿Vendrá también el tío Pablo? hoy es día de fiesta para , y eso que debiera estar triste, porque, ¿ve usted tía? estamos de mudanza, los muebles van al remate y nosotros al Frigal... pobres como usted, tía Silda, pobres, después de haber tenido tanto.

Entonces he dicho: ahí están mis dos casas de la calle Piedad, la en que vivo, ésta, la de la calle Cangallo, la de la calle Suipacha, mis campos de Cañuelas y Bahía Blanca, mis cédulas hipotecarias... ahí está todo, tómenlo, véndanlo, todo, menos la estancia del Frigal, que no es mía, que es de mi mujer y a su nombre está escriturada. ¡Y si eso no les basta, córtenme en pedazos y acabemos!

Ven, monina; ¡qué pícara es! tiene tus ojos, Gregoria. La besó, y la muchacha, en vez de devolver la caricia, soltó una carcajada estridente. ¡Ah! la tía Silda, ¡ja, ja, ja, ja! Y salió del cuarto riendo y haciendo cabriolas. Es una loca observó misia Gregoria, está furiosa porque nos vamos al Frigal, ¡figúrate!

Susana me escribió que se iban al Frigal, pero no creía yo que fuera tan pronto... ¡Se va entonces a la estancia! y pobre, completamente arruinada; con qué alegría me lo dice en su última carta: «Ahora que somos iguales, no habrá más obstáculo a nuestra felicidad que la desavenencia de las dos familias, pero de esto me encargo yo.» ¡Siempre la misma, confiando en Dios! bien se ha portado Dios con nosotros, que no ha querido oírnos... Allí está el balcón, por donde ella me aparecía: un changador se ve ahora, triste representación de la realidad... no me ves, Susana, ni puedes oírme, pero, desde aquí, te digo que te quiero, que te adoro: ahí va un pedacito de mi corazón destrozado, ¿sabes? todas tus cartas las he quemado, conforme me indicaste: nadie sabrá nuestros secretos... ¡adiós, Susana, adiós!... vamos, si sigo aquí, concluiré por llorar...