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España, que había sobrepujado en valor a Grecia y a Roma, temblaba ahora de miedo bajo la péñola de los privados y el balbuceo del confesor Diego de Chaves. Todo era hambre, cohecho, terror. Ya era muerta la varonil altivez de donde nacieron la proeza rara y la denodada aventura. Hoy la hombría de bien era desacato; el fuero, sedición; la dignidad, rebeldía.

Sentábase en el fondo del carricoche, en una silla sobre la que se ponía un almohadón, a fin de que no sufriera esa delicada porción del individuo, cuyo nombre evita toda decente péñola. Susana, que estaba encargada de dirigir el caballo que se manejaba solo, colocábase hacia la derecha en el banco de adelante y el cura subía a su lado. Y ya así, simultáneamente, volvíanse hacia .

Pero, por debajo de su enhiesta arrogancia, su instinto rastrero hacíale meditar en el poder del Soberano, en aquel poder irresistible, absoluto, que, a la vez que dispensaba los más grandes honores, podía suprimir la existencia más bizarra con un trazo de péñola.

A veces se detiene, como ante un precipicio; a veces corre veloz, como una locomotora. Mezcla lo alto y lo bajo, lo noble y lo ruin, la mariposa y el estiércol, la mirla y el escarabajo, el dicterio y la canción. Todo sale embellecido y purificado de aquella péñola incomparable, péñola que hoy bendice todo un pueblo, y es lumbre de la humanidad.

Cuando al fin alcanzó el más encarnizado de mis enemigos, aquél con quien contara al mundo mi historia convirtiendo mi valor en hazmerreír de perversos e ignorantes, aquél cuya péñola implacable hace irrisión de mis nobles pasiones y befa de mis mejores hazañas, he aquí que lo hallo enfermo, postrado y agonizando, por obra y gracia de los pérfidos encantadores que me persiguen, y que no han querido que vengue de una vez por todas sus burlas y ultrajes, para eterna gloria de mi nombre.

Pero la excomunión que ha puesto por hoy la péñola en mis manos es excomunión mayúscula y, por ende, merece capítulo aparte. El decenio de 1550 a 1560 pudo dar en el Perú nombre a un siglo que llamaríamos sin empacho el siglo de las gallinas, del pan, del vino, del aceite y de los pericotes. Nos explicaremos.

Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: -Aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero, antes que a ti lleguen, les puedes advertir, y decirles en el mejor modo que pudieres: ¡Tate, tate, folloncicos!

«El Fénix villavejano» Acompañado del propio Maravillas, que para eso y para dirigir y mejorar a su gusto la edición, había ido dos días antes a la ciudad, entraba en Villavieja el paquete de los quinientos ejemplares, húmedo todavía y exhalando el tufo que enloquece a los pipiolos y regocija a los veteranos en la esgrima de la péñola, al mismo tiempo que subía hacia Peleches don Alejandro Bermúdez.