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Por eso no quede dijo la otra en ademán trágico de aficionado casero: nosotras somos ricas; y por el bien y por la honra de Villavieja, daremos hasta las enaguas. Maravillas la estrechó la mano en silencio, y se largó prometiendo que El Fénix Villavejano no se haría esperar mucho.

Si es guapo, si es rico, si es despierto y honrado, y Nieves le quiere, y en quererle y en hacerle su marido cifra su felicidad, ¿a ti qué te importa? ¿Así la pagas las distinciones con que te honra y la estimación que te da? ¿Te abrieron de par en par las puertas de Peleches para eso? ¿Está bien que entrando por ellas como amigo honrado, pretendas quedarte adentro como amo y señor de los señores mismos? ¡, obscuro villavejano, prosaico farmacéutico, gusanejo vil de la tierra, atreverte al sol mismo que con su calor te dio la vida! ¿Dónde se ha visto cosa semejante?... Paga, paga, tus deudas de esclavo, barriendo los suelos donde ella pise, y avergüénzate de haber levantado los ojos tan arriba.» ¡Carape qué cosas tan tremendas me digo en esas ocasiones; y cómo me zumban los oídos con el sonrojo, solamente con imaginarme que pudieran haberme leído tan malos pensamientos en la cara!

«El Fénix villavejano» Acompañado del propio Maravillas, que para eso y para dirigir y mejorar a su gusto la edición, había ido dos días antes a la ciudad, entraba en Villavieja el paquete de los quinientos ejemplares, húmedo todavía y exhalando el tufo que enloquece a los pipiolos y regocija a los veteranos en la esgrima de la péñola, al mismo tiempo que subía hacia Peleches don Alejandro Bermúdez.

Un villavejano de viso se encogerá de hombros al ver cómo se le hunde medio tejado, y perderá el sueño si aquella misma noche se le ha demostrado en el Casino que su levisac atrasa más de dos temporadas en el reló de la última moda. ¡Oh! en éste y otros parecidos asuntos son terribles los villavejanos, sobre todo las hembras.

Era una protesta firmada por los seis colaboradores de Maravillas, contra todo lo que pudiera contenerse en El Fénix Villavejano, de ofensivo para las creencias religiosas o el honor y la fama de las familias de aquel pueblo; ofensas ingeridas en el periódico, sin el conocimiento ni la menor aquiescencia de ellos.

En cuanto a Leto, que se había pasado la noche en claro, después de la larga entrevista que tuvo con su padre recién llegado de Peleches, estaba encerrado en el cuartucho de la trastienda con El Fénix Villavejano. Por bajar a la botica se le entregó el mancebo con una mano, poniendo el índice de la otra, y sin hablar una palabra, sobre el renglón en que se leía: Percance grave.

Sin esa coincidencia, yo sería para la hija de don Alejandro Bermúdez un villavejano más; a lo sumo, el hijo del boticario don Adrián, antiguo y buen amigo de su padre. ¿Ni por qué había de ser otra cosa mejor?

Corriendo el tiempo, la mayor se casó con el vista de aquella aduana; ascendiéronle pronto, y por esos mundos andaba el matrimonio cargado de familia; pero tenían todos qué comer, y eso consolaba algo. La segunda casó peor: con un villavejano recién hecho maestro de escuela.

Desde que empezó a enriquecerse de veras este insigne villavejano, amparó rumbosamente a la familia que le quedaba aquí, su madre y una hermana, ésta casada con un labrador del barrio de la Aldea donde ellos vivían y eran labradores también.