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Es el don de lágrimas, de que habla Santa Teresa, señora, respondía el arqueólogo; y suspiraba como echando la llave al cajón de los secretos sentimentales. El Marqués hacía lo que los gatos en enero. Desaparecía por temporadas de Vetusta. Decía que iba a preparar las elecciones.

La mujer es enferma... llena de manías... suele pasar temporadas larguísimas sin salir de sus piezas. ¿Será neurasténica? ¡Qué yo!... lo que es que lo hace víctima de sus caprichos. ¡Pobre Baldomero!... y tan jovial siempre. En ese momento llegaron a una pequeña zanja de casi un metro de ancho, que Melchor propuso saltar, como lo hizo en su zaino, deteniéndose del otro lado.

Por la confianza con que trataban al conde comprendí que a menudo debían de ser sus compañeros de francachela, por más que aquel les llevase bastantes años. Entre ellos había uno rubio, de fisonomía extranjera. Después supe que era un inglés tan noble y rico como calavera, que acostumbraba pasar largas temporadas en Sevilla.

Unas veces viajaba por el extranjero; otras sabía que estaba en provincias, en casa de viejos parientes, y aunque residía largas temporadas en Madrid, nunca se habían encontrado.

Aplicábase al cocineo, poniendo todos sus sentidos en el guiso de los gazapos. Bendecía estas privaciones de la existencia bohemia, como algo providencial que aproximaba al hombre amado, dándola nuevas esperanzas. Pero luego transcurrían largas temporadas sin que le viese. Estaba en Madrid... ¡en Madrid!

Hasta la hora presente no se han dado cita allí las bellezas libres y nocturnas que invadieron sucesivamente a temporadas muchos otros establecimientos de la capital. Ni a primera ni a última hora de la noche reina allí Príapo, numen impuro, sino su hermano Himeneo, protector de los castos afectos.

Las vecinas le encontraban algunas veces en las calles hablando con señoritos cuya presencia hacía reír a las mujeres, o con graves caballeros a los que la maledicencia daba motes femeniles. Unas temporadas vendía periódicos, y en las grandes fiestas de Semana Santa ofrecía a las señoras sentadas en la plaza de San Francisco bandejas de caramelos.

Cerca de diez volúmenes incomparables, únicos, escribió el viejo poeta maldito en los cafés, en las tabernas, acaso en sus largas temporadas de hospital, al que el pobre Lelian llamaba su palacio de invierno. La capa de mendigo de Verlaine es hoy la bandera de la Francia espiritual. Está ungida por la gloria. Es una cumbre dorada por la inmortalidad. Estas glorias póstumas suelen ser un sarcasmo.

Desde aquella fecha hasta la presente, la hermana sólo había pasado fuera del convento algunas temporadas, casi siempre para reparar la salud. ¿De suerte que se le manifestó en seguida la vocación? pregunté con temor.

Había temporadas en que, después de los ordinarios servicios de la alcoba, para los que era irreemplazable el marido, Emma declaraba que no podía verlo delante, que el mayor favor que podía hacerla era marcharse, y no volver hasta la hora de tal o cual faena de la incumbencia exclusiva de Bonifacio. Entonces él veía el cielo abierto, tomando la puerta de la calle. Se iba a una tienda.