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Dijo su parte discretamente, pero sin gran calor, se adivinaba que estaba poseída de miedo. Bajó el telón en silencio. Al instante poblose el saloncillo y los pasillos de amigos de Inocencio, que venían presurosos a decirle que la exposición de su drama era lindísima. ¿Pero qué tiene Clotilde?... Apenas se mueve en la escena... ¡ella tan viva y tan suelta!

Entonces me vino de golpe una idea a la cabeza: relacionando todas mis observaciones sobre los amores de Clotilde me convencí hasta la evidencia de que Inocencio al enamorarla no se había propuesto otra cosa que adquirir una interpretación excepcional para el papel de la protagonista de su drama y asegurar el éxito lisonjero de esta suerte.

De todo esto he hablado con Clotilde y está encantada de la idea.

Se habló luego de si Clotilde era o no era elegante. «Es cache» dijo Enriquito, que entiende mucho de modas. Todos los fragmentos de conversación que escuché eran parecidos. Los jóvenes se expresaban por medio de vocablos hípicos para significar cualidades morales y episodios de los saraos, tertulias y reuniones.

El ruido que los amigos de Inocencio habían hecho con motivo del drama, el haberlo elegido Clotilde para su beneficio y la voz esparcida de que la célebre actriz iba a obtener en él un triunfo señaladísimo hizo que los revendedores expendiesen todas las localidades a precios fabulosos: conozco un marqués que dio once duros por dos butacas.

Este cambio, casi repentino, y las constantes visitas a la familia de Molínez, daban cierta apariencia de verdad a la suposición de que al doctor no le preocupaba única y exclusivamente el cuidado de un enfermo grave. La mejoría de Clotilde Molínez valió a Ruiloz muchas enhorabuenas, pero a espaldas suyas dio pábulo a grandes murmuraciones.

La criada de doña Carmen también parecía querer mucho a Julia, mirando, por el contrario, a Clotilde y su marido con respeto, pero sin cariño: todo lo cual indicaba que en la existencia de aquella familia había un secreto: según las apariencias Julia era o había sido víctima de alguna infamia.

De la reseña que acabo de hacer, viene ese monumento que visitamos. El rey Clovis, cediendo á las instancias de Santa Genoveva y de la reina Clotilde, levantó una iglesia, dedicada á San Pedro y San Pablo, en el monte llamado Lucotitius, que dominaba al antiguo Paris.

Clotilde se mostró al principio, por un esfuerzo poderoso de la voluntad, más serena que antes; pero ya la gente se encontraba dispuesta a la broma y no valió ningún recurso para ponerla seria. El público, cuando presiente el jaleo, es lo mismo que una fiera cuando huele la sangre: no hay quien lo ataje, y es necesario darle carne a toda costa.

Prescindo aquí de su historia porque no es ese mi objeto en este lugar. Santa Clotilde, situada del otro lado del Sena, es una verdadera joya: al observar su juventud, escrita en su construccion, se experimenta un sentimiento de asombro.