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Pensé en lo que podía suceder si llegaba mi marido a concebir ciertas dudas, y comencé a arrepentirme de haber engañado a ese hombre para tan bueno... En aquellos momentos descendió sobre la gracia del cielo y mis ojos se abrieron a la luz; tuve horror de mi conducta y he tratado de hacerla olvidar, humillándome ante Dios y confesando mis pecados... He cumplido las más duras penitencias que se me han impuesto, y nada eran si las comparaba con la angustia que me oprimía el corazón a la sola idea de que mi marido llegase un día a descubrir mi crimen... Cuando creía acabado mi suplicio, perdonada mi falta, asegurada por completo mi tranquilidad, surge usted de nuevo en mi camino... Al verle comprendí que mi verdadero sufrir comenzaba ahora y ya ve cómo no me he engañado... ¡Dios mío, Dios mío! ¿Será preciso que...? En fin, le he dicho la verdad, toda la verdad, señor Delaberge, y pues la sabe usted ya, yo se lo ruego juntas las manos, sea usted bueno y honrado: haga como si nada supiese y déjenos...

Déjenos en paz y vaya a hacer la pata a sus argentinas». Y aunque esto de que le llamen a uno adulador es un poco fuerte, al consejo me atengo, ya que a la Argentina voy. Intentó tirar del brazo a Ojeda para atraerlo hacia el grupo. Venga usted conmigo. Las señoras tendrán mucho gusto en oírle.

En ese momento Fernanda, excitada también, se ponía de pie, pronta para entrar en la escena que se preparaba. No dije a Blanca en voz baja, siempre que usted no me amenace. Julio dijo Fernanda, por Dios, déjenos...

Le suplicaba con efusión en que se sentía vibrar un poco de la ternura de otros tiempos. Bajo sus abundantes cabellos grises, algo más sereno el rostro, sus humedecidos ojos tomaban una expresión hondamente dolorosa y parecían reflejar toda su antigua belleza. iba repitiendo la pobre mujer. Márchese usted y olvídenos... Déjenos tranquilos a los tres en este rincón.

La señora que tan celosa se mostraba de la opinión de su casa era doña Leoncia Iturriabeytia, vizcaína, como es fácil conocer por su apellido; patrona de aquel establecimiento, mujer de bien, como de cuarenta años mal contados, de buen aspecto, robustas formas, alta estatura cara redonda y carácter bonachón y más que sencillo. Señora, déjenos usted en paz le contestó Javier.

¡Déjenos usted de Tarragona, D. Peregrín! interrumpió el señor de las Casas. Aquí lo que procede es atender a esa niña... Usted, señora, haga lo que sepa para hacerle volver en . Usted, D. Peregrín, que conoce bien la población, vaya a buscar un médico... Y , don Gil el enamorado... al infierno si te parece.

¡Qué moza, qué moza! murmuraba el P. Camorra arrebatado. Vamos, Padre, ¡pellízquese el vientre y déjenos en paz! decía mal humorado Ben Zayb. ¡Qué moza, qué moza! repetía; y tiene por novio á mi estudiante, ¡el de los empujones! ¡Fortuna tiene que no sea de mi pueblo! añadió despues volviendo varias veces la cabeza para seguirla con la mirada.

Dicho esto, arrancó el contrato de las manos de su hermana, lo alargó a Fernando, el que lo hizo pedazos y los arrojó sobre el tapiz. Juanita contempló a los jóvenes con una dulce sonrisa, tendió hacia ellos sus manos, y dijo al notario con acento melodioso: Señor Perico, tenga usted la bondad de rehacer el contrato como estaba, y tráigamelo mañana... Ahora, déjenos: quiero estar sola con ellos.

El juez creyó ver que la presencia del acusado impedía a la criada hablar libremente. Déjenos usted solos dijo a Zakunine. Cuando éste desapareció, inclinada la cabeza por la puerta donde vigilaban los gendarmes, el juez se acercó a la criada. Oiga usted la dijo en voz baja, pero con vivacidad y en tono de persuasión confidencial; nos encontramos en presencia de una grave duda.