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Si no es precisamente el Niágara me dijo la señorita Margarita, elevando un poco la voz para dominar el ruido de la cascada he oído decir, sin embargo, á los conocedores y á los artistas, que es bastante bella. ¿La ha admirado usted? ¡Bien! Ahora espero que concederá á Mervyn el poco entusiasmo que puede quedarle. ¡Aquí, Mervyn!

Después de las justas alarmas, que durante dos días me habían atormentado, tanta condescendencia me hizo temer, como sucede siempre, ser el juguete de un sueño insensato. Perdón, señorita... ¿cómo decía usted? Que venga á dar un pequeño paseo con Alain, Mervyn y yo. Con mucho gusto, señorita. Entonces, tome su álbum.

¡Qué bello día de otoño, señor! me dijo. , señorita. ¿Se pasea usted? Ya lo ve. Uso de mis últimos momentos de independencia... y aun abuso, pues me siento algo aburrida de mi soledad... Pero Alain es necesario en casa... Mi pobre Mervyn está cojo... ¿Quiere usted reemplazarlos, por ventura? Con el mayor gusto. ¿Adónde va usted? No lo ... tenía la idea de llegar hasta la torre d'Elven.

Remando se calentará un poco. Yo me volveré con Alain por los bosques. El camino es más corto. Pareciéndome este arreglo conveniente bajo todos aspectos, no hice objeción alguna. Me despedí: tuve por segunda vez el placer de tocar la mano del ama de Mervyn, y me arrojé á la barca.

La señorita Helouin, más competente que yo en materias de poesía, ha debido decirle que los bosquecillos que cubren este país en veinte leguas á la redonda, son los restos de la antigua selva de Brocélyande donde cazaban los antepasados de su amiga la señorita de Porhoet, soberanos de Gaél, y donde el abuelo de Mervyn, que ve usted ahí, fué encantado, á pesar de ser él mismo encantador, por una señorita llamada Bibiana.

Este rasgo no era muy conforme con la reputación caballeresca de que goza su especie: pero el buen Mervyn, ha vivido mucho entre los hombres y supongo que se ha vuelto un poco filósofo. Cuando quise tomar mi impulso para seguirle, reconocí con enfado que era detenido, á mi turno, por la red de la náyade maligna y celosa, que al parecer reina en estos parajes.

En fin se calmó, y se hizo mostrar el paso peligroso donde Mervyn estuvo á punto de perecer.

Frente á se hallaba el buen Alain, que me sonreía á cada golpe de remo, con aire de complacencia y protección: más próxima, la señorita Margarita vestida de blanco contra su costumbre, bella, fresca y pura como una azucena, sacudía con una mano las húmedas perlas que la mañana suspendía en el encaje de su sombrero, y presentaba la otra como un incentivo á Mervyn, que nos seguía á nado.

Después de tan pomposos anuncios, la obstinada prudencia del intrépido Mervyn, tenía en realidad algo de ridículo; á mi parecer, tenía yo más que nadie el derecho de reirme y no tuve escrúpulo en hacerlo. Además, la hilaridad fué general muy luego, y la señorita Margarita acabó por tomar parte en ella, aunque muy débilmente. Después de todo dijo, he perdido otro pañuelo.

Parece que se ha enredado en esas malezas. Pronto va á desembarazarse, no lo dude usted. A los pocos momentos no sólo fué preciso dudar, sino desesperar. La red de bejucos en que había caído el desgraciado terranova como en una trampa, nacía directamente de un ensanche del pasaje que vertía incesantemente sobre la cabeza de Mervyn, una masa de agua espumante.