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Sólo al terminar y ofrecerle de nuevo el periódico, la encontró ligeramente pálida. ¿Por qué me mandas leer esto?... No entiendo... Voy a explicártelo repuso Gonzalo con acento de ira concentrada, recalcando mucho las sílabas. Te he mandado leer esto, porque el mandarín de que aquí se trata, es el duque de Tornos, la china eres , y el chino yo... ¿Lo entiendes ahora?

Nunca he oído hablar de él, nunca dijo el mandarín, arrodillándose en el aire, y con los brazos cruzados: no ha sido presentado en palacio. ¡Pues en palacio ha de estar esta noche! ¿Que el mundo entero sabe mejor que yo lo que tengo en mi casa?

Y a vosotros, hombres, os lego solamente estas palabras sin comentario: «¡Sólo sabe bien el pan que diariamente ganan nuestras manos; nunca matéis al Mandarín

Ya sabrá usted la continuación por los periódicos y por la carta adjunta que los oficiales de la Náyade se han tomado la molestia de enviarme. Lamento sinceramente la muerte del mandarín Gu-Ly. Si viviese aún, le aseguraría un plato de nidos de golondrinas para el resto de sus días.

«Viajando un mandarín de la China, llega a alojarse en la casa de cierto chino plebeyo que pone a su disposición las mejores habitaciones y compra los pescados más caros del mercado para obsequiarle. El mandarín no mira para los muebles que el chino le presenta con orgullo, no repara en los lujosos tapices, en los pescados suculentos. Mira tan sólo a la esposa del chino.

Si antes supiera que la apetecías, antes te la hubiera ofrecido, ¡oh mandarín excelsoGonzalo terminó de leer la gacetilla con indiferencia. De pronto, cayó como un rayo sobre su mente la idea de que en aquel cuentecillo se aludía a él. Una ola de sangre subió a su rostro, y se lo encendió como una brasa. Echó una rápida mirada de vergüenza en torno. Estaba solo.

¡Oh, pájaro desagradecido! dijo el mandarín mayor, y dio tres vueltas redondas, y se cruzó de brazos. Pero mejor mil veces es este pájaro artificial decía el maestro de música: porque con el pájaro vivo, nunca se sabe cómo va a ser el canto, y con éste, se está seguro de lo que va a ser: con éste todo está en orden, y se le puede explicar al pueblo las reglas de la música.

En aquella avenida vi también el cortejo de un funeral de Mandarín, todo ornado de oriflamas y banderolas; grupos de hombres fúnebres quemaban papeles en braserillos portátiles; mujeres desarrapadas aullaban de dolor revolcándose sobre los tapices; después se levantaban, y un koolí, vestido de blanco, en señal de luto, les servía el en un gran plato en forma de ave.

De ahora en adelante ostentaría la impasibilidad de un Dios o de un Demonio; me calcé con naturalidad y dije a Silvestre Juliano y C.º estas palabras: Está bien. ¡El Mandarín! Ese Mandarín se portó conmigo como un caballero. Ya de lo que se trata. Es una cuestión de familia. Deje ahí los papeles. Buenos días, Silvestre, Juliano y C.º.

Venían de afuera muchos viajeros a ver el país: y luego escribían libros de muchas hojas, en que contaban la hermosura del palacio y el jardín, y lo de los naranjos, y lo de los peces, y lo de las rosas rojinegras; pero todos los libros decían que el ruiseñor era lo más maravilloso: y los poetas escribían versos al ruiseñor que vivía en un árbol del bosque, y cantaba a los pobres pescadores los cantos que les alegraban el corazón: hasta que el emperador vio los libros, y del contento que tenía le dio con el dedo tres vueltas a la punta de la barba, porque era mucho lo que celebraban su palacio y su jardín; pero cuando llegó adonde hablaban del ruiseñor: «¿Qué ruiseñor es éste, dijo, que yo nunca he oído hablar de él? ¡Parece que en los libros se aprende algo! ¡Y esta gente de mi palacio de porcelana, que me dice todos los días que yo no tengo nada que aprender! ¡Venga ahora mismo el mandarín mayor!» Y vino, saludando hasta el suelo, el mandarín mayor, con su túnica de seda azul celeste, de florones de oro. «¡Puh! ¡puhcontestaba el mandarín, hinchando la cabeza, a todos los que le hablaban.