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No se acabó de una, sino que tambien esta fábrica sufrió interrupciones, y solo llegó á su término en 1664 bajo la direccion de Juan Francisco Hidalgo. No te describo, amigo lector, su pesadísima arquitectura: en la lámina que representa la puerta de las Palmas puedes á tu sabor contemplarla, bien seguro de que yo no te envidio este deleite.

El filósofo vaciaba la botella. Acércate, muchacho dijo con el último trago, y caliéntate un poco: tienes frío; estás temblando... mi salón no es muy abrigado, pero, ya ves que la salud no se afecta: ni un resfriado me viene, quizá por aquello de: mala hierba... Vivo tan a gusto aquí y soy tan feliz, que no te envidio tus lujos; si aquí me he criado, ¡ajo! a nadie me molesta y hago mi santa voluntad, vagabundeando como un rentista, y sin importárseme de que el oro baje o suba: para , siempre está a la par.

Y el señor Desnoyers envidió este dolor. Unos reservistas avanzaron cantando, precedidos de una bandera. Se empujaban y bromeaban, adivinándose en su excitación largas detenciones en todas las tabernas encontradas al paso. Uno de ellos, sin interrumpir su canto, oprimía la diestra de una viejecita que marchaba á su lado serena y con los ojos secos.

No te envidio el poder ni la grandeza, ni el nombre que á grabar vas en la historia, ni el ardiente placer de la victoria, ni el laurel con que ciñes tu cabeza; no te envidio el placer, ni la riqueza, ni las horas de triunfos y de gloria, que eternas deben ser en tu memoria si han de aliviar tus horas de tristeza.

Puede ser grave.... Esto principalmente se estampó en el pensamiento de Julián. que podía ser grave: ¿Y de qué medios disponía él para conjurar la enfermedad y la muerte? De ninguno. Envidió a los médicos.

Había cesado la lluvia. Se disolvió la reunión, despidiéndose hasta la noche. Aquellos eran, fuera de Orgaz padre, los ordinarios trasnochadores. La cena sería a última hora. Mesía ofreció asistir a pesar de sus muchas ocupaciones. ¡Cuánto envidió esta frase Ronzal!

Al entrar en él se respira paz y recogimiento, y el visitante se siente tentado a exclamar como Lutero en Worts: Les envidio porque reposan: envideo quia quiescunt. Pero cuando Lutero pronunció esas palabras no entraba en el cementerio siguiendo el cortejo fúnebre de una persona querida: hablaba el filósofo, no el padre o el esposo.

La voz de Toledo al decir esto era tan desolada como fué la del príncipe al enumerar á sus amigos las ventajas de vivir alejados de la mujer. En cambio, Miguel aceptaba ahora la dominación femenil, y casi envidió á este sabio porque volvía á su antigua modestia para encontrar con más frecuencia á Valeria. El era menos dichoso.

Daba la noticia con un laconismo modesto, como si acabase de realizar algo importante. Miguel casi le envidió porque había visto á Alicia. «¿Cómo estabaHermosa, hermosa como siempre. Algo pálida... ¡Después de una emoción como la de anoche! Pero alegre, muy contenta; hablando á cada momento del marqués. Se adivinaba su gran afecto. Almorzaron solos.

TALMA. ¡Pues la envidio...! Usted ignora los atroces dolores que templan al artista. Yo, aquí donde usted me ve, estuve a punto de sucumbir a ellos. ¡Un poco más, y hubiera renunciado al teatro para entrar en la Compañía de Suez...! ¡La suerte quiso que fracasara en el examen! ¡Torné al arte sublime del comediante! Dios me había indicado mi camino y lo escuché. Entré en el Conservatorio.