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¡Pobre joven! murmuró el P. Fernandez, sintiendo que sus ojos se humedecían; ¡te envidio á los jesuitas que te han educado! El P. Fernandez se equivocaba de medio en medio; los jesuitas renegaban de Isagani y cuando á la tarde supieron que había sido preso, dijeron que les comprometía. ¡Ese joven se pierde y nos va á hacer daño! ¡Que se sepa que de aquí no ha aprendido esas ideas!

Vibrantes sus nervios por el entusiasmo, poníase de pie y paseaba por la habitación, pisoteando los papeles esparcidos por el suelo. ¡Ah, cómo le envidio a usted, Gabriel, que ha corrido mundo y ha oído tan buenas cosas!

Que el parecer recatada Era todo su cuidado, Y díjome que había estado Sólo dos meses casada; 460 Porque su noble marido, De enamorado, murió. No envidio la muerte yo, La causa . Necio ha sido, Pues tanto tiempo tenía. 465 Poca edad y mucho amor, Toda la vida, Señor, Remiten á solo un día. ¿Cómo trae tan pequeñas Tocas? Más hermosa está. 470 Porque las largas son ya Para beatas y dueñas.

Pero al desaparecer el último pantalón rojo, muchas manos se agarraron convulsas á los hierros de la verja, muchos pañuelos fueron mordidos con rechinamiento de dientes, muchas cabezas se ocultaron bajo el brazo con estertor angustioso. Y el señor Desnoyers envidió estas lágrimas.

¡Y al viajar tanto por el mundo, habrá oído cosas buenas...! Algo hay de eso. La música es para la más grata de las artes. Entiendo poco de ella, pero «la siento». Muy bien, muy bien. Seremos amigos. Ya me contará usted cosas. ¡Cuánto le envidio por haber corrido el mundo...!

Ha hecho una gran vida, y ha sido presentado a varios Archiduques. María Teresa se sonrió. Entonces estará maravillado de aquel país. ¡Perversa! No, de veras, me alegro que Bertrán se haya divertido tan fácilmente; es de los que gozan con todas esas pequeñas satisfacciones de vanidad... ¡Cuánto los envidio! ¡Que puedas envidiar a alguien, por el momento, es algo que no se explica! ¿Por qué?

Volvía á ver con la imaginación el rostro tantas veces contemplado en las páginas ilustradas de los periódicos: unos bigotes de insolente alborotamiento; una boca con dentadura de lobo, que reía... reía como debieron reir los hombres de la época de las cavernas. Y el señor Desnoyers envidió esta cólera. Vida nueva

Yo admiro a esos demiurgos modernos del capitalismo que cuando fijan su atención en un desierto del mapa lo transforman desde su escritorio en unos cuantos años, y si alguna vez se dignan ir a él, encuentran ferrocarriles, ciudades, muchedumbres bien vestidas, y pueden decir: «Esto lo he hecho yo, esto es mi obra». Una satisfacción que envidio; un motivo de orgullo más verdadero que el haber imaginado un gran poema.

Esto es una enfermedad. ¿Si se morirá la gente de esto, de no dormir?... Entonces la muerte será un despabilamiento terrible. Francamente, envidio a las ostras. ¡Cómo entra el sol por mi cuarto! El pícaro va derecho a iluminar mis pobres botas, que ya no sirven para nada. También da de lleno en mi vestidillo para hacerle, con tantísima luz, más feo de lo que es. ¡Qué miserable estoy, Dios mío!

Luego, esta seguridad, que colocaba á su hijo al margen de la guerra, era su tormento. Envidió la época en que arrostraba el peligro diariamente, pero con libertad. Los periódicos hablaban de las miserias de los prisioneros, de su hacinamiento en fétidos barracones, del hambre que sufrían. La vida de comodidades de la madre resultó un continuo remordimiento.