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Tengo un antojo le decía a mi tío, tirándole de la pera, y me voy a morir sino me lo satisfaces, sabes... ¡un gran antojo! Mi tío ponía cara de bandido sorprendido infraganti. Un antojo... pero que nadie sepa lo qué es... ni lo digas a nadie... Ven, acércate, yo te lo diré al oído... Y el viejo, con movimiento de palomo, acercaba el oído a sus gruesos y provocativos labios.

A ver, señores, ¿quién me hace oreja? decía don Cristóbal con gestos de padre . Que traigan pan y vino para todos... Homerito, acércate y mete la uña. A tu edad siempre hay apetito, y debes andar algo atrasado.

Mira, oye, acércate más.... Di al canalla de Su Excelencia que no tarde en fusilarme. Ya no puedo más. ¿Te sientes mal? ¿Padeces mucho? ¿A ti te importa algo que yo padezca o no? ¡Pues , padezco mucho, por vida del mismo rábano!... Tengo una lámpara encendida aquí. Incorporándose dificultosamente, llevose ambas manos a los hijares.

Ahora ven aquí, so canalla; ya que eres tan susceptible, ¿no consideras que has principiado diciéndome una grosería?... ¡Hora y media!... ¿Y qué?... Acércate, ponte de rodillas; deja que te tire un poco de los pelos. El joven, en vez de hacerlo, agarró una silla-fumadora y se montó en ella frente a su querida.

Acércate, hija mía, acércate... Yo no puedo salir a recibirte. Tenía la pierna extendida y el pie rodeado de franela. ...Pero mi corazón va a tu encuentro; , mi corazón va a tu encuentro. Lacante dijo esto dos veces, como para convencerse bien a mismo. La muchacha se arrodilló al lado de su butaca y le besó la mano, en la que cayeron unas lágrimas.

«Si yo no oliese a colonia, ¡a qué oleríapensó. Pero olvidó enseguida su vergüenza al oír a Serafina que, quedándose muy seria, con la voz algo ronca con que le hablaba siempre en la intimidad de su pasión, le dijo, otra vez, al oído casi: Acércate más, aquí nadie ve nada... ya todos están borrachos.

El joven marqués, desde un diván donde yacía solitario, contemplaba sin pestañear en extática adoración a su ex querida. Ven acá, Manolito; acércate un poco, hombre le dijo León. ¿Para qué? preguntó el marqués aproximándose con semblante avergonzado. Para que charlemos un poco.... Y para que estés cerca de lo que más quieres.... Haces bien en estar enamorado de esta barbiana. Todo se lo merece.

Las hojas caen Aconteció que, cuando ya se aproximaba el otoño, la paralítica llamó a Amparo a la cabecera de su lecho, con tono y ademanes desusados, murmurando sordamente: Acércate aquí, anda. Amparo se acercó con la cabeza baja. La madre extendió la mano, le cogió violentamente la barbilla para que alzase el rostro, y con voz aguda y terrible gritó: ¿Y ahora? Calló la hija.

Venderás a los liberales y a los carlistas, harás tu pacotilla y te casarás con la chica de Ohando. Si tenéis un chico, llamadle como yo, Miguel, o José Miguel. Bueno dijo Martín, sin fijarse en lo extravagante de la recomendación. Dile a Arcale siguió diciendo el viejo dónde tengo el tabaco y las setas. Ahora acércate más.

Don Víctor se tranquilizó. «Estaba acostumbrado al ataque de su querida esposa; padecía la infeliz, pero no era nada». No pienses en ello, que ya sabes que es lo mejor. , tienes razón; acércate, háblame, siéntate aquí. Don Víctor se sentó sobre la cama y depositó un beso paternal en la frente de su señora esposa. Ella le apretó la cabeza contra su pecho y derramó algunas lágrimas.