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Llevado de su honradez y delicadeza, rogó al doctor que antes de partir le pasase... «Ya usted me entiende... la cuentecita de sus honorarios». Golfín se deshizo en cumplidos. «Tiempo habrá... ¿qué prisa tiene usted?... En fin, como usted quiera...». Y el gran economista, al salir con su hijo, pesaba en la balanza de su mente los términos de aquel enigma aritmético que pronto se había de revelar. ¿Qué tipo regulador o qué tarifa le aplicaría? ¿Le consideraría como pobre de solemnidad, como empleado alto, como rentista bajo o como burgués vergonzante y pordiosero?

Poco á poco llegó á advertir en los alientos propios de su capacidad social y financiera; se tocaba, y el sonido le advertía que era propietario y rentista. Pero la vanidad no le cegó nunca. Hombre de composición homogénea, compacta y dura, no podía incurrir en la tontería de estirar el pie más del largo de la sábana.

El filósofo vaciaba la botella. Acércate, muchacho dijo con el último trago, y caliéntate un poco: tienes frío; estás temblando... mi salón no es muy abrigado, pero, ya ves que la salud no se afecta: ni un resfriado me viene, quizá por aquello de: mala hierba... Vivo tan a gusto aquí y soy tan feliz, que no te envidio tus lujos; si aquí me he criado, ¡ajo! a nadie me molesta y hago mi santa voluntad, vagabundeando como un rentista, y sin importárseme de que el oro baje o suba: para , siempre está a la par.

Había echado unas carnazas y unas barbas de a pulgada, que no parecía el mismo: aquel mozo lánguido del chaqué avellana, que rondaba el barrio, escapado del almacén, donde llevaba los libros, sino un rentista satisfecho y protector.

Lo único que la entristecía era su grandeza en el carácter del marido. ¡Pobre don Melchor! La riqueza purgábala como un delito, y su vida de rentista ocioso y de acompañante en paseos y ceremonias resultábale un infierno.

Lo del arado era muy chistoso; y cada cual se imaginaba ver á su amo, al panzudo y meticuloso rentista ó á la señora vieja y altiva, enganchados á la reja, tirando y tirando para abrir el surco, mientras ellos, los de abajo, los labradores, chasqueaban el látigo. Y todos se guiñaban un ojo, reían, se daban palmadas para expresar su contento. ¡Oh!