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Al día siguiente, si el marino no llegaba a sazonarla con alguna discusión científica o literaria, se repetía la vaya con leves variantes: los comensales encontraban muy donoso al mayor, y cuando se descuidaba en embromar al Marqués, le guiñaban el ojo excitándole a hacerlo; la charla del marino los mareaba y aburría un poco; pero siempre se encontraban dispuestos a confesar su talento y sus conocimientos poco comunes.

¿No te lo decía yo, mujer? murmuraba Teresa al oído de Valentina mirando a nuestra joven. Si la señorita Cecilia no puede querer a nadie. Gonzalo huía de entrar en la sala de costura. Cuando alguna vez lo hacía, se mostraba tan alterado y confuso, que las bordadoras se guiñaban el ojo sonriendo.

Muchas veces, cuando en el verano iba la cuadrilla de una provincia a otra y Gallardo se trasladaba al vagón de segunda en que viajaban los «chicos», montaba en éste algún cura rural o una pareja de frailes. Los banderilleros dábanse con el codo y guiñaban un ojo mirando al Nacional, que parecía más grave y solemne ante el enemigo.

Todas las mujeres le guiñaban para que lo vendiese menos la Penchang que temiendo rescatasen á Julî observó devotamiente: Yo lo guardaría como reliquia... Los que vieron á María Clara en el convento la hallaron tan flaca, tan flaca que dicen, apenas podía hablar y se cree que morirá como una santa... El P. Salví habla muy bien de ella como que es su confesor.

Lo del arado era muy chistoso; y cada cual se imaginaba ver á su amo, al panzudo y meticuloso rentista ó á la señora vieja y altiva, enganchados á la reja, tirando y tirando para abrir el surco, mientras ellos, los de abajo, los labradores, chasqueaban el látigo. Y todos se guiñaban un ojo, reían, se daban palmadas para expresar su contento. ¡Oh!