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No es bueno hacer mofa, señor, ¡que si fuera algún ánima ensabanada! ¡Yo tiemblo! Pablillos se retiró, y Ramiro salió a la galería. La piedra, el ambiente, la tierra herbosa del patio, todo se refrigeraba en la clara noche de luna. Ramiro se apoyó en el antepecho y levantó las pupilas. Grandes nubes iluminadas viajaban en el augusto silencio.

Había sido un admirable comerciante de la religión: un talento práctico surgido á tiempo para salvar la tienda de Roma amenazada de quiebra, ordenando sus negocios, dándoles nuevo rumbo y fundando su Compañía, aquel disciplinado cuerpo de comisionistas del catolicismo que viajaban por toda la tierra, explotando las pasiones y las debilidades humanas, para la mayor gloria de su Dios.

Sólo entonces, y con mil precauciones para no despertarla, extendí sobre ella mi manta de viaje, pues la noche estaba fresca. Un señor de edad y su mujer, que viajaban con nosotros, se interesaban mucho por la juventud de Elena, por su tristeza y por su luto riguroso. Una vez les murmurar en voz baja: Debe ser la viuda de algún marino. Es demasiado joven.

Aresti tronaba contra la vida de las gentes opulentas. Viajaban por Europa como viajan las maletas, insensibles y sin enterarse de nada, y al volver á Bilbao, seguían su vida de escrúpulos y nimiedades.

Tampoco viajaban en aquella edad á Grecia, nacion que les era tan cercana; pues no hai escritor de ella que haga memoria de los hechos de los hebreos. El Emperador Augusto los favoreció grandemente; pues les dió permiso para vivir en barrio separado de Roma á la otra banda del Tiber, que fué el primer asiento que ellos tuvieron en Europa.

Es una atención... algo muy distinguido. ¿Y aún hay quien cree que ellos y Francia van á golpearse?...» Los contadísimos franceses que viajaban en el buque se veían admirados, como si hubiesen crecido desmesuradamente ante la pública consideración.

Gracias a la fortuna y desprendimiento de Susana, vivían con lujo, iban a bailes, teatros y saraos; viajaban, tenían coche, vestían con exquisita elegancia, trayendo para ambas de París la mayor parte de las galas, y, en una palabra, capricho sentido era en ellas gusto satisfecho.

Muchas veces, cuando en el verano iba la cuadrilla de una provincia a otra y Gallardo se trasladaba al vagón de segunda en que viajaban los «chicos», montaba en éste algún cura rural o una pareja de frailes. Los banderilleros dábanse con el codo y guiñaban un ojo mirando al Nacional, que parecía más grave y solemne ante el enemigo.

Las demás gentes no viajaban; y semejantes los hombres a los troncos, allí donde nacían, allí morían.

En una de esas eminencias de la via, miéntras que la diligencia hacia un relevo, vímos pasar algunos jóvenes, modestamente ataviados, que viajaban á pié, cada cual con su maleta sobre la espalda y su baston en la mano.