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Valentina era para un horizonte lejano, pero límpido, y en la soledad de mi vida, la primera edad reaparecía, los días de colegio volvían: pensaba en don Pío y en don Josef, el célebre descendiente de Gonzalo de Córdoba y veía la imagen de mi novia, sonriéndome en los únicos años de felicidad que han iluminado la vida.

Los que poseía, siempre que salía a la calle a pie, se entregaban, mira a un lado, mira otro, a un trabajo abrumador superior a sus fuerzas. Pero con el tiempo, había ido adquiriendo alguna confianza. Valentina no salía apenas de casa. En romerías y bailes, después de su deshonra, no la había visto nadie.

Aunque sintamos ofender la perspicacia de nuestros lectores, la verdad nos obliga a declarar que la damisela del corredor no era la blonda Nieves, sino la blonda Valentina. ¿Cómo? ¿Aquella arisca costurera tan enemiga de los señoritos y que además tenía un novio llamado Cosme? La misma en cuerpo y alma, con sus rizos dorados sobre la frente, su entrecejo saladísimo y nariz un poquito remangada.

Isaura, Dioclecia, Xantippa, Agripina, Isabel de Hungría, Delia, Valentina y María de los Dolores. Siempre me aciertas el nombre que corresponde al instante en que me hablas. ¡Eso prueba que me quieres y comprendes! me dijo. Pero el caso es que yo todavía no tu nombre... ¡Adivínalo! Esperaba yo que ella me bautizara de mil modos. No fue así.

¡No ha podido resistir esa muchacha!... ¿Sabes por qué te ha invitado? ¿Por qué? le pregunté sin disimular mi curiosidad. No te pongas pálido... ¡No te va a envenenar, hombre! me dijo Martín; te ha invitado porque hoy es su santo. ¿El santo de Valentina?... Pues no te puedes figurar cómo le agradezco que se haya acordado de ...

En ese momento mismo Martín entraba en el salón. Mira que ahí está don Camilo, Valentina, no te rías; acaba de entrar. ¿? pues lo voy a ver para darle las gracias y, dejándonos en la sala, atravesó el patio, donde don Camilo era recibido por los padres de Martín.

La primera, la segunda, la tercera, y todas las polkas que se toquen en el universo, respondió Nieves con el tembloroso que salió de sus labios. Después que comprometió la polka, Pablo sintió un gran arrepentimiento: «¡Qué tonto, qué bruto soy! ¿Y si ahora llega ValentinaPero no llegó. La orquesta comenzó a preludiar los primeros compases.

Gozaba también de una salud perfecta. Los únicos dolores que sentía eran en el costado izquierdo, después de reirse mucho. Valentina, bordadora también, y también rubia, no era tan hermosa. Sus ojos más pequeños, su cutis menos delicado, la nariz un poco remangada, más baja de estatura.

Algunas veces el recuerdo inquietante de Blanca, había turbado mi sueño; el mundo con sus pasiones y sus encuentros, habíame suspendido un momento en su vorágine, pero poco a poco la purísima imagen de Valentina volvía a levantarse delante de mis ojos como una cariñosa sombra que me llamaba, allá, al pasado, al dulce pasado de la adolescencia.

Era necesario partir; saludé a todos y tendí la mano a Valentina con efusión, pero ella dejó caer la suya con indiferencia entre las mías, mientras que con la otra desprendía de su cintura el ramo de jazmines ya marchito dejándolo caer sobre el piano.