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Los predicadores tronaban en el púlpito contra el entristecedor espectáculo del celibato involuntario, y uno de ellos llegó a decir que las hijas solteras que se quedan en el mundo son en él objeto de escándalo y un obstáculo a las buenas costumbres. ¿Cómo, después de esto, atreverse a permanecer solterona?

Este mismo monarca D. Jaime 2.º en un despacho fechado á 7 de los idus de Marzo del año 1311, dice á Guillermo Palacin, que por otro ya le habia mandado, que del agua que se toma á ciertas horas para la obra de la ALJAFERIA, y complazca á la Priora y comunidad del monasterio de predicadores, para regar un huerto de dicho monasterio, mientras que no se necesitase para la ALJAFERIA, y que como esta agua no puede atravesar, sino se construyen arcos ó alguna obra en el foso, que hay entre el monte de la ALJAFERIA y el muro de tierra de la ciudad, por cuyos arcos pueda pasar, manda, que se le permita al prior ó procurador de ellas la obra necesaria en el foso sin perjuicio de nadie.

El joven doctor no tenía otra familia que la de su primo y se instaló en su casa. Cristina, que había tenido una hija y por los cuidados de la maternidad salía poco de casa, acogió bien al doctor. La acompañaba tardes enteras hablándola de París, la famosa ciudad del pecado, contra la cual se exaltaban los predicadores y que ella solo había entrevisto en un rápido viaje de bodas.

Nuestro Padre general Juan Pablo de Oliva, sabiendo la santa y loable costumbre de las provincias de España, en no retener en Europa los sujetos que Dios escoge para predicadores de su santo nombre en el Nuevo Mundo, remitió la licencia á arbitrio del P. Provincial de la provincia de Castilla, que á la sazón lo era el P. Pedro Jerónimo de Córdoba, á quien pareciéndole ser el hermano Arce joven de quien se podía esperar mucho fruto en la conversión de los indios, por su modo de vida ajustada y conforme al espíritu de la Compañía, sin haber jamás descaecido un punto en la carrera de la perfección, aun en el tiempo más peligroso de los estudios, le destinó luego prontamente para esta provincia.

D. José Leon Dominguez, Capitan con grado de Teniente Coronel de los granaderos del mismo batallon; el Reverendo Padre Maestro Fray Ignacio Grela, del Orden de Predicadores; el Sr. D. Florencio Torrada, Teniente Coronel y Comandante del batallon de granaderos de Fernando VII; el Sr. Dr. D. Cosme Argerich, profesor de medicina; el Sr.

En cierto pueblecito, por ejemplo, donde años ha solía yo ir de temporada, no hay sermón de Cuaresma ni de Semana Santa que agrade o que conmueva, aun siendo elocuentísimo y sentido, si no se pronuncia con un tonillo singular que los predicadores suelen aprender, si ya no lo saben, antes de subir al púlpito.

O bien convierten a sus héroes en enojosos y pesados predicadores, o bien, si les dejan hablar lo que la pasión naturalmente les inspira, se comprometen a responder ante la posteridad, y si sus obras no llegan tan lejos, ante sus contemporáneos, de todos los extravíos, delirios y ensueños que ponen por fuerza en boca de los hijos de su fantasía, acalorados y vehementes.

Sucedió esto mientras se leían las sentencias y después que el Reverendísimo Padre Presentado el Padre Fray Antonio Pons, Calificador del Santo Oficio, Examinador Sinodal y Prior de su Religiosísimo Convento de Predicadores, predicó un Sermón, que merecía la imprenta, si su mucha humildad no le negara a la luz.

Pero este don Luis es peor que los predicadores de blusa que vienen á echar soflamas en el frontón de Gallarta. Suerte que no le da á usted por hablar en público. Milord: á todos vosotros no os parece bastante el enriqueceros rápidamente con el hierro y aun arañáis algunos céntimos en el jornal y el estómago del bracero. Las cantinas obligatorias son vuestras y de los capataces. Vais á medias.

A media noche, los señores, al salir del casino, encontraban mujeres arrebujadas en raídos mantones o con la falda a la cabeza, que les tendían la mano. Señor, que no comemos.... Señor, que nos mata la jambre... Tengo tres churumbeles, y mi marío, con esto de la juelga, no trae pan a casa. Los señores reían, apresurando el paso. Que les diesen pon Salvatierra y los otros predicadores.