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Actualizado: 27 de mayo de 2025
El joven oficial de cazadores, aunque muy inferior en fuerza muscular, poseía, a pesar de su débil apariencia, un temple de acero. Hacía mucho tiempo ya que era reputado maestro en punto a esgrima, y no tardó en darse cuenta del lado débil y deficiente del manejo, por otra parte muy temible, del señor de Maurescamp.
Los señores de Maurescamp y de Lerne, deseaban, a más de eso, que el asunto terminase lo más pronto posible, para evitar la publicidad. En cuanto a la elección de las armas, los testigos del señor de Lerne no estuvieron menos conformes. Jacobo les había confiado bajo el sello del secreto algo muy delicado.
A todos les pareció extraordinario que una joven a quien tenían por delicada y sensible, encontrase placer en un espectáculo que no podía dejar de traerle a la memoria un recuerdo funesto. Hubo, sin embargo, que habituarse a su presencia, porque desde este día no dejó de ir a la sala de armas, a las horas que lo hacían el señor de Maurescamp y sus huéspedes.
No volvió a entrar sino al primer toque que llamaba a comer. Talvez fue a causa de su preocupación, que el capitán creyó notar, al entrar en el salón, algo de tirantez y alteración en el rostro del señor de Maurescamp. Iban a comer. Había en la mesa como veinte convidados.
Decíase que había sido muy desgraciada, y una cierta conformidad en su destino la ligaba con la señora de Maurescamp. Habíanla casado como a ella, con una ligereza culpable, y como ella también llegado, aunque por distinto camino, a ese divorcio convencional, tan frecuente en los matrimonios de la alta sociedad.
Desde el invierno que siguió a la estadía de las dos amigas en Douville, no quedó duda de que el señor de Monthélin miraba a la señora de Maurescamp como una presa ya casi segura. Viósele estrechar su amistad con su marido, al mismo tiempo que estrechaba el círculo de sus operaciones alrededor de Juana.
Desde aquel momento me cerró su puerta, su ventana y su corazón. La señora de Maurescamp habíale escuchado con extremada atención. Cuando hubo concluido, mirole fijamente: ¿Y qué consecuencia sacáis de eso? díjole. He sacado por consecuencia que las mujeres honestas eran demasiado fuertes para mí.
Después de algunos minutos, la señora de Maurescamp tomó el partido de mandarlo a acostar, puesto que no servía para otra cosa. El niño acababa de salir, cuando una fuerte ráfaga de viento sacudió las persianas del salón. ¡Ah! ¡Dios mío! exclamó Juana , ¿oís? es una verdadera tempestad y nieva también, ¿verdad?
El señor de Monthélin creyó, pues, que aquella circunstancia debía tener alguna relación secreta con el estado de tristeza en que veía a la señora de Maurescamp. El sobrenombre grotesco con que Jacobo de Lerne había gratificado al señor de Monthélin puede hacer creer al lector que este personaje tenía algo de ridículo, pero nada menos que eso. Era, en efecto, un seductor muy serio y muy peligroso.
Era imposible que la mezquindad de semejante sistema y la carencia intelectual de su marido, pudiesen escapar a una inteligencia tan activa como la de la señora Maurescamp. No fue mucho tiempo víctima de sus aires de suficiencia y maneras autoritarias. No siempre conocen los hombres a sus mujeres, pero las mujeres conocen siempre a sus maridos.
Palabra del Dia
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