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Actualizado: 27 de mayo de 2025


La señora de Maurescamp, en extremo admirada de aquel doble descubrimiento, dejó caer la bujía, que se apagó; después de algunos segundos de inmóvil estupor, dejose caer sobre un diván que tenía cerca y cubriéndose el rostro con las dos manos, púsose a sollozar.

La tarde llegó; después de comer, el señor de Maurescamp jugaba un rato con su hijo Roberto en el pequeño salón botón de oro, de su mujer, y en seguida iba, como era su costumbre, a fumar un cigarro al boulevard. Juana continuó ejecutando febrilmente en el piano, una serie de valses y mazurcas, mientras que su hijo, vestido de blanco y con cinturón punzó, daba saltos con su aya inglesa y Toby.

¡Un hermano! interrumpió el señor de Maurescamp con el mismo tono de ironía insultante. ¡Sea! replicó Juana animándose , un hermano... si así lo quiere... Pero, en fin, él me ha salvado, esto es lo que hay de cierto.

Pero, decididamente exclamó el señor de Maurescamp , ¿qué es lo que quiere usted? ¿qué me pide? Prentende, acaso, ¡esto sería demasiado fuerte! que vaya a tender la mano al señor de Lerne, excusarme con él, y pedirle que vuelva a reanudar sus relaciones con usted? contestó con energía... eso es lo que le pido.

Si llega a desearlo... replicó la señora de Maurescamp arrugando su frente en signo de reflexionar... Pues bien, veamos... mañana a la tarde... después de comer... Justamente... mañana a la tarde no salgo... Yo lo informaré, y estad segura de que os adora.

Creyó, pues, que el mejor medio de asociarse a sus intenciones, y desconcertar al público, era mostrarse esa noche con la señora de Maurescamp en los mismos términos de siempre. Aunque haciendo un gran esfuerzo, hízolo como un deber de delicadeza. Escribió dos cartas, una para su madre y otra para Juana, y a las once apareció risueño en el hotel de Hermany.

Hay hombres que, como la mujer de Sganarelle, gustan de que se les castigue. El señor de Maurescamp era de este número, y fue al respecto, servido a su gusto por la graciosa americana.

¿Estáis ebria, Diana? dijo Maurescamp poniéndose muy encendido . Estáis ebria, y os olvidáis de quien habláis. ¿Porque hablo de vuestra mujer? ¿Pues no me habláis vos también de ella, querido amigo? Me habéis dicho que era un hielo... ¡Un hielo! ¡Ah, qué bueno! ¿y habéis creído eso? ¡pobre ángel!

¿Es el marido de usted? preguntó. . ¿Cree usted que nos ha visto? Lo ignoro. ¡Pero si nos ha visto, es un cobarde! Que les hubiera visto o no, el señor de Maurescamp entró tranquilamente en el castillo por la avenida más larga pero mejor del nuevo parque. Volvió a salir casi inmediatamente y pasó el resto del día inspeccionando sus plantaciones y el corte de sus bosques.

El amor de Maurescamp, sin embargo, no contenía ningún elemento durable: era, para emplear una expresión de actualidad, un amor naturalista, y los amores naturalistas, aunque no se parecen a la rosa, tienen, sin embargo, su efímera duración.

Palabra del Dia

hociquea

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