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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Pero, ¿es un buen hijo? dijo tímidamente Juana. Ciertamente, es un buen hijo; en cuanto a esto, sí, es un buen hijo, no hay duda. Y, decidme, queridita, ¿estaréis libre mañana? Es mi miércoles... ¿Queréis venir a comer con nosotros? Os encontraréis con vuestra amiga la señora de Hermany. Con mucho gusto... Creo que el señor de Maurescamp no tiene ningún compromiso.
La señora de Latour-Mesnil, a quien el billete de su hija había dado la primera noticia sobre el duelo del señor de Maurescamp con el señor de Lerne, llegó a casa de su hija a eso del mediodía. Primeramente entre las dos mujeres hubo más lágrimas que palabras.
Mediante esta compensación, comprometiose a que, una vez terminado su compromiso, renunciaría a su carrera artística, y colmaría los votos del señor de Maurescamp. En los primeros días de abril de 1877, esta singular persona tuvo la idea de estrenar su casa convidando algunos de sus amigos a un almuerzo.
La señora de Maurescamp tuvo ese mérito; pero para tenerlo viose obligada muchas veces a acordarse de que era cristiana, es decir, que pertenecía a una religión que ama las pruebas y el sacrificio.
¿Quién es ese señor? replicó Juana. El señor de Maurescamp...; mira, hijita mía, ésta es demasiada felicidad... Habituada a creer a su madre infalible y viéndola tan feliz, la señorita Juana no tardó en serlo también, y las dos pobres criaturas mezclaron por largo rato sus besos y sus lágrimas.
Fue, pues, para la señora de Maurescamp una verdadera contrariedad que en su primera visita hallase en su casa tan poco atractivo, y sobre todo, que se encontrase con Monthélin instalado bajo un pie de intimidad casi comprometedor.
Aquella brusca partida dejó inmóvil por un instante a la señora de Maurescamp; dio algunos pasos inciertos por el salón, y en seguida dejose caer en un confidente, entregada a la más profunda meditación, sosteniendo con la mano su cabeza y enjugando a intervalos las lágrimas que caían lentamente de sus ojos. ¿Por qué lloraba?
En la turbación en que aquella escena la había dejado, no se daba cuenta ella misma de sus lágrimas. El sonido del timbre en el vestíbulo hízola repentinamente contraer sus cejas; algunos momentos después la puerta se abrió para dar paso al señor de Monthélin. He sabido por el señor de Maurescamp que no salíais hoy y me he atrevido... Sois muy amable... Acercaos al fuego, pues.
Por su parte, el señor de Maurescamp fue de nuevo hacia la verja, salió del patio y tomó el camino del pueblo, paseándose en él a pasos cortos. ¡Cosa singular! dentro de una hora iba a jugar su vida en las peores condiciones; y aquel pensamiento, por serio que fuese, había sido dominado completamente por ese otro. ¿Qué contestaría su mujer?
La condesa volviose bruscamente hacia ella y mirándola con su amable sonrisa de vieja: Casad a mi hijo díjola. ¡Ah! en cuanto a eso contestó alegremente la señora de Maurescamp , es una empresa de que no me siento capaz. ¿Por qué, pues? repuso en el mismo tono la condesa . Por el contrario, yo os considero capaz para todo. Juana abrió, sin contestarle, sus grandes ojos interrogadores.
Palabra del Dia
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