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Actualizado: 27 de mayo de 2025


En seguida se informó de la salud de Maurescamp, añadiendo: No por qué os lo pregunto, no hay sino mirarlo... su salud es admirable. ¡Es un hombre magnífico... magnífico! Da gusto ver un hombre así... ¿Y vuestro hijo? preguntó Juana . ¿Cómo está? ¿Mi hijo?... ¡Ah! él es otra cosa... delicado de naturaleza... ya sabéis, artista, pero en fin, ¡sino fuera más que eso!

Durante los ocho días que se siguieron y que la señora Latour-Mesnil creyó consagrar a una investigación minuciosa sobre la persona de Maurescamp, su verdadera ocupación no fue otra que la de cerrar los ojos y los oídos, para que no la despertasen de su sueño.

Al mismo tiempo lanzaba miradas despreciativas y provocadoras a Maurescamp, que se hallaba frente a ella en la mesa, y que estaba visiblemente contrariado. Las mujeres de la especie de Diana Grey, toman represalias salvajes de los hombres que las compran. El almuerzo fue un poco frío. La dueña de casa parecía la única que se divertía francamente.

Todo esto es muy bello, sin duda dijo el señor de Maurescamp, enderezándose dentro de su corbata , pero es puramente novela... ¡Siempre ese miserable espíritu de romanticismo que les pierde a todas!

Por mucho que se vanagloriase de su independencia conquistada, Juana de Maurescamp sólo tenía veinticuatro años, y su misma rectitud la hacía mirar con horror la larga perspectiva de soledad y abandono que se extendía ante ella.

La verdad es que el señor de Maurescamp, que era sumamente celoso, no estaba disgustado de una circunstancia que creía ser una garantía para su hogar.

El señor de Maurescamp añadió: que tenía por sistema terminar tal clase de negocios lo más pronto posible, para evitar la publicidad, y, sobre todo, la intervención tan terrible de las señoras. Rogó, por consiguiente, a aquellos señores que fuesen inmediatamente a verse con el señor de Lerne, y arreglasen aquel asunto que confiaba a su amistad.

A más de eso, tenía por principio que el verdadero medio para no ser desgraciado en el matrimonio, era el de unirse a una joven perfectamente educada. El principio no era malo en . Pero lo que ignoraba Maurescamp; era que para arrancar una de esas plantas selectas del invernáculo materno, y trasplantarla con éxito al terreno de los casados, hay que ser un horticultor de primer orden.

La señora de Maurescamp manifestose en los primeros tiempos completamente rebelde a toda idea de reconciliación. Pero después de dos o tres meses pasados en un estado de estupor desesperado, pareció despertarse repentinamente bajo la impresión de nuevas reflexiones. Declaró a su madre que cedía a sus consejos, que volvería a casa de su marido y que sólo pedía algunos meses de retardo.

Yendo caminando, llegó a la reja de la entrada, donde se halló con un joven paisano, de trece a catorce años, que quedó sorprendido al verlo; el barón creyó reconocer en él a un muchacho empleado en una posada del pueblo. La turbación del muchacho fue tanta, que el señor de Maurescamp, a pesar de sus preocupaciones, no pudo dejar de notarla. ¿Qué quieres? ¿A dónde vas? preguntole.

Palabra del Dia

hociquea

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