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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Habrase dicho lo bastante, y aún demasiado, dejando entender que para él el amor no era otra cosa que el deseo, la virtud de la mujer el deseo satisfecho. El señor de Maurescamp se equivocaba de fecha: habría podido tener razón para sus teorías en aquella época en que el hombre y la mujer apenas se diferenciaban de las bestias.

Agregaba algunas jóvenes bellezas, como para adornar el paisaje. Juana de Maurescamp, con su elegante hermosura, y tímida superioridad, era uno de los encantos de aquel salón modelo. La vieja condesa prodigábale todo género de atenciones y lisonjas para atraerla y retenerla.

¡Se entiende! replicó Maurescamp en tono de burla . ¡Vamos, creo que esto es ya bastante y aún demasiado! Y dio algunos pasos hacia la puerta.

En el teatro, en las exposiciones, en los viajes, las mismas burlas y las mismas sátiras frías a propósito de todo lo que despertaba en su mujer una emoción un poco viva. Madama de Maurescamp tomó, pues, poco a poco la habitud de reconcentrarse en todo aquello que da precio a la vida de todo ser delicado y generoso.

Trató, sin empeño alguno, únicamente por la forma, de hacer oír algunas palabras conciliadoras; pero había sido de los que asistieron al almuerzo de Diana Grey, y acabó por declarar, que puesto que le tomaban su parecer, su opinión era que en aquella ocasión habían pasado al señor de Maurescamp cosas muy difíciles de tragar, y por consiguiente, estaba a las órdenes del señor de Maurescamp.

Entre los que trataba más mal, figuraba un joven llamado Salville, a quien llamaba el bello Salville, y que era, según decía, el más estúpido director del cotillón que jamás hubiese conocido. A la señora de Maurescamp, menos amarga, le parecía bello, y buen muchacho, sobre lo cual, la señora de Hermany le reprochaba, riendo, su gusto de pensionista y lavandera, por los mosquitos.

Tenía invitados para el principio de la estación de la caza, a un gran número de amigos, entre otros a los señores de Monthélin, Hermany, de la Jardye y Saville, con los cuales la señora de Maurescamp llenaba perfectamente bien los deberes de castellana, con gracia y aun con alegría.

El señor de Maurescamp, después de haber estado un momento en la Opera, había regresado al Círculo, y sabido allí por casualidad la presencia del conde de Lerne en el baile de los Hermany. Sabía que su mujer debía ir a él. Como no tenía ninguna delicadeza en sus sentimientos ni en su corazón, ni aun se le ocurrieron los motivos honorables que habían dictado el proceder de Jacobo.

En una hermosa noche del mes de octubre, durante las cacerías éramos vecinos en el campo , su marido había ido a pasar veinticuatro horas a París... A fuerza de súplicas y de juramentos, pude conseguir que me concediese pasar una hora en su habitación... ¡Perdón!... dijo la señora de Maurescamp, levantándose de su asiento , ¿si me fuese? No, no, no temáis nada.

Nadie siente una gran satisfacción en haber muerto a un hombre; y el señor de Maurescamp, por poco sentimental que fuese, no dejaba de experimentar ciertos remordimientos, que se adivinaban en las disposiciones conciliadoras que manifestó a la señora de Latour-Mesnil.

Palabra del Dia

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