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Sin embargo, se diferenciaban mucho en cuerpo y en alma. Martín era un mozo robusto, de espaldas cuadradas y cuello corto, que se deslizaba taciturno por entre las personas extrañas.

, amigo D. Acisclo, yo conozco a D. Jaime Pimentel desde que estuve en Madrid con mi pobre sobrina María y con aquel estrafalario de doctor Faustino, con quien ella se casó. D. Jaime era amigo de Faustinito. Dios los cría y ellos se juntan. Aunque en mucho se diferenciaban, en bastante se parecían. D. Jaime, muy joven entonces, era un verdadero ninfo.

D. Fadrique era el ojito derecho de ambas señoras, cada una de las cuales estaba ya en los cuarenta y pico de años cuando tenía doce nuestro héroe. Las dos tías ó chachas se parecían en algo y se diferenciaban en mucho. Se parecían en cierto entono amable y benévolo de hidalgas, en la piedad católica y en la profunda ignorancia.

Habrase dicho lo bastante, y aún demasiado, dejando entender que para él el amor no era otra cosa que el deseo, la virtud de la mujer el deseo satisfecho. El señor de Maurescamp se equivocaba de fecha: habría podido tener razón para sus teorías en aquella época en que el hombre y la mujer apenas se diferenciaban de las bestias.

- he visto -respondió Sancho. -Pues lo mesmo -dijo don Quijote- acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero, en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.

No sólo había divergencia en la apreciación de los sones del instrumento común del idioma: se diferenciaban también en la agilidad y la fuerza para su manejo. En muchos de esos países dijo Fernando , las gentes hablan con una lentitud penosa, como si la rebusca de las palabras fuese acompañada de los dolores de un parto.

Las dos de labradores se diferenciaban harto. En la primera se había buscado, ante todo, el lujo del atavío y la gallardía del cuerpo; las cigarreras más altas y bien formadas vestían con suma gracia el calzón de rizo, la chaqueta de paño, las polainas pespunteadas y la montera ornada con su refulgente pluma de pavo real; y para las mozas se habían elegido las muchachas más frescas y lindas, que lo parecían doblemente con el dengue de escarlata y la cofia ceñida con cinta de seda.

No se diferenciaban los hombres de mar de los de tierra, en el vestido, al transcurrir los siglos XV y XVI, exceptuando las ocasiones de embarque de personas reales, que entonces los primeros recibían ropas de grana, por tradición conservada desde los tiempos de D. Alfonso el Sabio.

Estaba el que va para la escuela con su cartera de estudio, y el pillete descalzo que no hace más que vagar. Por el vestido se diferenciaban poco, y menos aún por el lenguaje, que era duro y con inflexiones dejosas. «Chicooo... mia éste... Que te rompo la cara... ¿sabeees...?».

También se diferenciaban notablemente en el humor. Ángela era desdeñosa, irascible, absolutamente incapaz de enternecerse, amiga de los placeres de la mesa sobre todos los demás. Lucía era romántica, llorona, con ribetes de literata, amiga de contar los sueños y los presentimientos, muy habladora, astuta y zahorí para explicar los misterios y laberintos del corazón; apenas comía.