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Terminado el cotillón, comenzó el desfile de la gente. Fué una retirada estrepitosa. Toda aquella muchedumbre se agolpó en el vestíbulo y en la escalinata, charlando en voz alta, riendo, gritando alguna vez en demanda del coche. El vasto jardín, iluminado por algunos focos de luz eléctrica, ofrecía un aspecto fantástico, inverosímil, como los paisajes de los cosmoramas de feria.

Indiferente a los otros jóvenes, mariposones de casinos o estrellas de playa que exhibían sus gracias en las partidas de tennis y empleaban su ingenio en las sabias combinaciones del cotillón. Blanca respondía ingenuamente a las bromas de su hermano que le instaba a elegir un novio. No hay ni uno que se parezca a ti... En ese caso... ¿Por qué no después de todo?

Un invernáculo incomparable, inundado de luz eléctrica; la mesa instalada en el invernáculo, bajo un parral cargado de racimos... en el mes de abril, y se podían sacar cuantos quisierais! Sólo los accesorios del cotillón parece que habían costado cuarenta mil francos. Alhajas, bomboneras, y mil adornos deliciosos... que rogaban a la concurrencia se los llevara.

Entre los que trataba más mal, figuraba un joven llamado Salville, a quien llamaba el bello Salville, y que era, según decía, el más estúpido director del cotillón que jamás hubiese conocido. A la señora de Maurescamp, menos amarga, le parecía bello, y buen muchacho, sobre lo cual, la señora de Hermany le reprochaba, riendo, su gusto de pensionista y lavandera, por los mosquitos.

Tan era así, que muchos días antes del baile ya había celebrado largas conferencias con Clementina acerca de este punto esencialísimo. Formóse el corro de sillas. Pepe Castro fué a sacar a Esperanza, que tomó su brazo de buen grado. Mas antes de dar un paso llegó el conde de Agreda. ¡Cómo, Esperancita! ¿No me había usted concedido el cotillón? preguntó sorprendido.

El cotillón despertó en mi el mayor entusiasmo, y cuando mi tío, que tenía todo el aire de un mártir, nos hizo señas de que era hora de partir, exclamé, desde el extremo del salón: Tío, no me sacaréis de aquí, sino por la fuerza armada.

Alicia de Blandieres me hace llamar, probablemente para dirigir el cotillón con ella. Yo me niego. ¿Quiere usted permitirme que pase a su lado el final de la noche? ¡Eso no estará bien hecho! ¿no recuerda usted que dijo a Alicia, cuando lo invitó, que no podría asistir al cotillón?

Pepe le hizo un guiño malicioso como diciendo: "Has triunfado en toda la línea". El joven concejal sintió que se acercaba a pasos de gigante el logro de sus esperanzas y el apogeo de su dicha. El cotillón fué digno remate de aquel baile brillantísimo.

Siempre preferiré a unos cuantos belitres como sus agregados de embajada, príncipes del turf o reyes del cotillón, uno de esos reyes del petróleo de los que se ríen en Francia, pero cuya iniciativa, cuya actividad y cuya inteligencia alimentan millares de existencias, o un general viejo, como el príncipe de San Remo, que ha arriesgado veinte veces la suya. Pero es muy feo, señorita.

Supongo que también el cotillón ha influido para que se quedase, pues yo le había prevenido que contaba con él. Vamos, una buena voluntad y cédame a este apreciable Martholl; yo devuelvo siempre las cosas prestadas; lo tendrá, pues, para algunas figuras, ya que parece interesarse tanto por él. María Teresa había palidecido.