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Puse otra vez los dos retratos y el estuche en el cofrecillo, éste en su lugar, cerré el armario, y no sabiendo adónde había ido Amparo, me resigné a esperar su vuelta con la menor impaciencia posible. Al pasar por su gabinete vi una carta abierta sobre un velador. Aquella carta era sin duda la que había causado la precipitada salida de Amparo. La leí y palidecí como ella había palidecido.

Ferragut quedó silencioso. También él había palidecido, pero de sorpresa y de cólera. ¡Luego eran ciertos los anuncios de Freya!... No quiso fingir incredulidad ni mostrarse temerario y despreciador del peligro cuando Tòni siguió hablando. ¡Ojo, Ulises!... Yo he reflexionado mucho sobre este suceso.

Y concluyó: Para , una de las mejores, por no decir la mejor de las trágicas contemporáneas, es Eleonora Duse. ¡Qué voz, qué fuerza emotiva, qué agilidad de expresión tiene!... ¿No opina usted lo mismo? El interpelado, que había palidecido hasta la lividez, repuso con un gesto ambiguo.

Un resfriado descuidado, una habitación demasiado fría, la privación de cosas necesarias a la vida, es lo que había producido todo su mal. Poco a poco, a pesar de los cuidados del doctor, la pobre niña había palidecido coma una estatua de cera y sus fuerzas la habían abandonado; el apetito, la alegría, el aliento, la satisfacción de respirar el aire, todo le faltaba.

»Los hijos de Odino se han cubierto de ignominia doblando las cervices bajo la maza Carlovingia: Witikindo se ha sostenido solo contra el bárbaro de Austrasia, los demas caudillos germanos han palidecido como mugeres y revestido en Paderborn las blancas túnicas de los Catecúmenos incircuncisos .

Supongo que también el cotillón ha influido para que se quedase, pues yo le había prevenido que contaba con él. Vamos, una buena voluntad y cédame a este apreciable Martholl; yo devuelvo siempre las cosas prestadas; lo tendrá, pues, para algunas figuras, ya que parece interesarse tanto por él. María Teresa había palidecido.

Su cara había palidecido; sus grandes ojos negros, brillantes de fiebre, acompañaban singularmente la sonrisa resignada que se dibujaba en su boca. En fin, el alma se revelaba bajo aquella ruda envoltura y daba cierta belleza a su rostro severo. Su voz vibrante, ardiente, tenía gran encanto cuando, como en aquel momento, tomaba un acento de autoridad mezclada de dulzura.

Pero cinco minutos después el dolor comenzó de nuevo, más cruel que antes. Ben-Tovit se sentó en la cama y empezó a balancear el cuerpo acompasadamente. Su rostro adquirió una expresión de sufrimiento, y en su gran nariz, que había palidecido, apareció una gota de sudor frío.