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Puse otra vez los dos retratos y el estuche en el cofrecillo, éste en su lugar, cerré el armario, y no sabiendo adónde había ido Amparo, me resigné a esperar su vuelta con la menor impaciencia posible. Al pasar por su gabinete vi una carta abierta sobre un velador. Aquella carta era sin duda la que había causado la precipitada salida de Amparo. La leí y palidecí como ella había palidecido.
Palidecí tanto, que Blanca lo notó, por más que la alcoba estaba sumida en una media sombra. ¿Qué tienes, Reina? ¿Estás enferma? Un calambre murmuré con voz débil. Voy a buscar éter dijo, levantándose diligentemente. No, no proseguí, haciendo un violento esfuerzo para recuperar mi altivez que se desvanecía. Ya ha pasado, Blanca, ya ha pasado. ¿Sufres de eso a menudo, Reinita? No... algunas veces.
Abrí y Sorege entró en casa sin sospechar que no estaba sola. Sin sentarse me dijo en seguida: ¿Espera usted á Jacobo? No vendrá. ¿Por qué? Porqué está en otra parte. ¿En el círculo? No, acaba de salir de allí. Se reía al hablar así, el monstruo, sabiendo todo el mal que me hacía. Palidecí y él me dijo: Mírese usted en el espejo, Lea, y vea su cara descompuesta.
Palabra del Dia
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