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Se reía de las ruindades y estupideces de todos los partidos, pero a menudo era presa de desalientos, que se reflejaban en alguna ocurrencia chistosa. Jamás lo vi exaltarse; se conservaba en calma, en medio a los variados rugidos de sus huéspedes, seguro siempre, de que suya sería la última palabra, pues veía claro y lejos. Sin embargo, sus antipatías eran vehementes y execraba a los republicanos.

Diose cuenta de que en pocos días, tal vez en algunas horas, por desalientos, por indolencia, habría llegado a ser, sin amor, sin amistad, sin excusa, la víctima inerte y estúpida de aquel cobarde libertino. Comprendió cuan cerca se había hallado del borde de aquel abismo y lo lejos que de él se hallaba en aquel momento.

El estado presente de nuestra cultura, incierto y un tanto enfermizo, con desalientos y suspicacias de enfermo de aprensión, nos impone la crítica afirmativa, consistente en hablar de lo creemos bueno, guardándonos el juicio desfavorable de los errores, desaciertos y tonterías.

Y así un día y otro y otro, sin que la dureza de su fibra alcanzara a disfrazar siquiera los desalientos de su espíritu, llegó a un grado tal de abatimiento, que me alarmó, porque en un estado moral como el suyo, cualquier aletazo de su enfermedad era muy temible.

Empezó á desesperarse... ¡Ay! No encontrarían nunca la sepultura de Julio. Los padres también la buscaron por su lado. Inclinaban sus cabezas dolorosas ante todas las cruces; hundían muchas veces los pies en el montículo largo y estrecho que parecía marcar el bulto del cadáver. Leían los nombres... ¡Tampoco estaba allí! Y seguían adelante por el rudo camino de esperanzas y desalientos.

Lo que no esperaba es que llegaran sus desalientos al extremo a que, por lo visto, han llegado... Pues mire usted, señor don Marcelo: ni por cortesía siquiera le aconsejo a usted que, para distraer su fastidio, se largue enseguida de Tablanca; consejo que, o yo no leer fisonomías o es el que más había usted de agradecerme.

Rápidos, en tropel, sólo a su nombre, como nubes compactas de tormenta, luchas, melancolías, desalientos, acuden, se avalanzan, se atropellan y llenan el espíritu del reo, resanando ecos de perdidas épocas con la dulce quimera de una patria que resurge triunfante de la ciénaga. Era la patria que llenó su vida.

Aquellos animales estaban armados para la vida, podían mantenerse por su propia fuerza, sin conocer los desalientos, las humillaciones y las tristezas que le afligían a él. ¡El mar!... Su grandeza, insensible para los hombres, cruel e implacable en sus cóleras, abrumaba a Febrer, despertando en su memoria un sinnúmero de ideas que tal vez eran nuevas, pero él las aceptaba como vagas reminiscencias de una vida anterior, como algo que ya había pensado, no sabía dónde ni cuándo.

El recuerdo de Colón surgió en la memoria de Maltrana. Ya sabe usted continuó cuál era el ensueño de nuestro amigo don Cristóbal al ir como solicitante detrás de la corte de los Reyes Católicos. Figúrese las decepciones y desalientos que sufriría durante ocho años, cuando monarcas y ministros, ocupados en guerras inmediatas, no podían escucharle.

Los falsos ídolos nos hacen dudar hasta de la misma religión. Esta fue la razón especiosa y muy humana que hizo que la señora de Maurescamp, no quedándole duda de la perversidad de los sentimientos de su amiga, cayese en desalientos tan afligentes como peligrosos.