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Vivía allí disfrutando de un capital que había juntado en su larga carrera profesional, procurándose, con escrúpulos de monja, cuantos goces higiénicos, cuantos cuidados y regalos puede inventar una imaginación experta y dedicada exclusivamente a tan grata tarea; los razonamientos, o por mejor decir, la charla insustancial del oficial de marina, le ponía fuera de , le alteraba la bilis, era su única cruz en esta vida.

Sin deseos imposibles que le royeran las entrañas, sin amores tormentosos ni amistades molestas, disfrutando de la tranquilidad del hogar, del cariño de la familia y de los puros goces de la ciencia, deslizábanse sus días serenos y dichosos. A las amigas de su madre les sorprendía tanta formalidad. ¿No tenía novia Raimundo? ¿No le gustaban siquiera las muchachas?

Allá en tiempos lejanos, uno de sus antepasados había contraído matrimonio con cierta rica heredera del Norte de España y había venido á establecerse á Madrid. Sus descendientes continuaron residiendo en esta capital, enteramente naturalizados y disfrutando las pingües rentas que venían de Nápoles y las aún más cuantiosas que llegaban de la provincia española del Norte, en que ahora nos hallamos.

No le fue a la zaga en esto Miguel, estimulado con su ejemplo: ambos comenzaron a darse vida de príncipes disfrutando alegremente de los siete mil duros de renta que el brigadier había dejado; teatros, bailes, paseos, cenas a última hora, partidas de juego y de caza, noches de amor y de crápula, de todo gozó el héroe de nuestra historia en los cuatro años que siguieron a la muerte de su padre.

Y Alcaparrón continuaba sus lamentaciones. ¡Si no hubiese muerto el pobrecito! En lugar de sus primas estarían él y sus hermanos disfrutando tantas riquezas.

No: ¿para qué un médico? Su salud es muy preciosa dijo Lázaro, por cuya cabeza pasó rápidamente una sospecha. Consérvela usted bien; será siempre mi mayor alegría saber que usted está buena y disfrutando de la salud necesaria para hacer el bien. No me voy de aquí sin la seguridad de que queda usted enteramente buena. ¡Marcharse usted! exclamó ella con un repentino movimiento que la animó.

Porque debe tenerse muy en cuenta, que la esclavitud que el mahometano impone en Filipinas no es la despótica de la raza blanca sobre la negra; es sólo una especie de obligación en la que el esclavo, si bien obedece ciegamente á su dueño y para él trabaja y por él muere, tiene la compensación de que constituye una parte de la familia, disfrutando en ella de todos los beneficios de la mancomunidad, y en los asuntos de interés general toma parte alternando con el ciudadano libre: á veces con sus mismos señores.

Practicadas con la mayor solemnidad y magnificencia las ceremonias de costumbre, pasaron á Amberes, y de aqui á Bruselas, donde fueron colmados de enhorabuenas, y donde tenian dispuestas para su llegada los habitantes de esta provincia muchas fiestas, de las cuales estuvieron los jóvenes esposos disfrutando largo tiempo.

El verano enviaba todos sus rigores, y en una noche de luna, la señora Moreno, con sus rasgados ojos, sonrosada y bonita como siempre, estaba sentada en la plaza disfrutando el perfumado incienso de la brisa de la montaña, y de otro incienso no tan puro ni tan inocente, pues a su lado estaban sentados el coronel Estrella y el juez Roberto Bob, y un turista recién agregado a la reunión.

El joven sacó un fósforo y se puso a dar chupetones al cigarro con emoción. Salieron de la casa emparejados y bajaron lentamente por la calle disfrutando del bienestar voluptuoso que sienten las naturalezas poderosas después de una comida abundante. Parecían dos cedros gigantes, majestuosos, orgullosos de su altura. Y guardaban el mismo silencio que ellos cuando no les sopla el viento.