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Actualizado: 14 de julio de 2025


Los que apenas se marcaban en el infinito se aproximan al inventarse un nuevo anteojo, y tras ellos surgen en la negrura del espacio otros y otros, y así por los siglos de los siglos. Son incontables: están tan compactos como las moléculas del humo de una chimenea o del vapor de una nube. Nuestra pequeñez infinita nos hace apreciar las colosales distancias que existen entre ellos.

Estás loca decía el pirata subiendo al puente con un paso aún pesado y vacilante ; pero si me has despertado por nada... Mire respondió Melia presentándole un anteojo con una mano, mientras que con la otra designaba un punto blanco que se veía en el horizonte. ¡Maldición! gritó Kernok después de haber mirado atentamente, y llevó vivamente el aparato al ojo izquierdo . ¡Mil rayos!

Detrás de los cristales brillaban unos ojuelos inquietos, muy negros y muy redondos. Terciaba el manteo a lo estudiante, solía poner los brazos en jarras, y si la conversación era de asunto teológico o canónico, extendía la mano derecha y formaba un anteojo con el dedo pulgar y el índice.

Y frotó el vidrio del anteojo como para asegurarse de que veía claramente y de que ninguna ilusión de óptica le engañaba. No, no se engañaba... Apenas este torrente de maldiciones y de juramentos hubo salido de su boca, Kernok se armó de un espeque. Un espeque es un palo de madera de unos cinco o seis pies de longitud y de cuatro pulgadas de circunferencia.

La mueca de muda admiración, la mano que se encartucha como un anteojo, la que requiere las gafas y las va distanciando lentamente para volver a acercarlas, y toda suerte de frases e interjecciones de contagioso entusiasmo alternaban en derredor del caballete de taracea. El docto señor de Mújica exclamó por último: Es digno de Apeles y de Parracio.

Palabra del Dia

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