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Bien, señora, a sus órdenes... Solamente que agregó misia Casilda sudando, a pesar del frío que sentía, no podrá ser ahora mismo, en el acto... a eso iba yo a su casa, precisamente... a pedirle una nueva prórroga, corta, muy corta: en dos o tres días se habrá reunido la cantidad suficiente... Vea usted, señor Portas, cómo andan ahora los negocios; esto usted lo sabe mejor que yo; además, hoy es fiesta, no lo olvide usted.

No ; pero cuando yo te vi, papá, comprar tantas vitalicias, me dije: Esta es la mía; si papá compra, es que el alza es segura y el negocio soberbio. Cállate exclamó don Bernardino fuera de , que te calles, ni una palabra más. Y basta; ¡no me pises la Bolsa, y cuidado cómo te portas en el Ministerio!

Aquí llega tu tío Manolo dijo viendo entrar a su hermano, a quien te dejo recomendado: él se encargará de dar una vuelta por aquí todos los días y enterarse de cómo sigues y qué tal te portas... El tío Manolo, que acababa de entrar, era, con mucho, el mejor mozo de los tres hermanos.

Misia Gregoria halló, en su amor de madre, fuerzas para decir: Eso no, Bernardino, ¡pobrecito! la verdad es que él no tiene la culpa; todos han hecho lo mismo: ahí está el hijo de la cuñada de Eneene, que la ha dejado en la calle, y el doctorcito ese que te hace la corte para que le hagas nombrar diputado, se ha comido en la Bolsa toda la fortuna, muy seria, por cierto, de su hermana viuda, aquella tan festejada y codiciada, la que se ve hoy en el caso de pedir dinero a interés a don Raimundo Portas, para poder vivir.

Y echado sobre las almohadas, miraba pálido las dos tarjetas, que le sacaban la lengua sobre la mesa de noche, diciendo una: Rocchio, y la otra: Portas, y las letras negras de estos dos nombres bailaban sobre la cartulina, dándole mareos. Media hora después, vino la tarjeta número 3, y de la mano temblona de don Bernardino pasó al lugar de las otras.

Cuando tuvo en su poder los regalos, entonó un interminable himno de gracias, desbordándose en elogios, que, en forma de consejos, dirigía a su hijo. Mira, Nelet; bien puedes servir a las siñoras. A ver si te portas bien; tu padre, el tío Sentó, tendrá un disgusto si faltas a la obligasión. Bien puedes trabajar.

Deja trabajar a Remedios; si te portas tan mal no te permitiré entrar en la sala. Y por la noche, a solas en el comedor con don Andrés, cuando llegaba la hora de las confidencias, doña Bernarda olvidaba los asuntos de la casa y del partido para decir con satisfacción: Eso marcha. ¿Se enamora Rafaelito?... Cada día más. La cosa va a todo vapor. Ese chico es en esto el vivo retrato de su padre.

Esto es; prontito, a casa del señor Portas, que lo que es elocuencia para convencerle y lágrimas para ablandarle, no le habían de faltar. ¡Caramba! no haberlo pensado antes... Día de fiesta era, y don Pablo Aquiles, que estaba de morro y no quiso almorzar, se fué a dar su paseo; la campanada de las diez y media sonó en el reloj del comedor, y la señora se cubría ya con el velo y el mantón, cuando el llamador de la puerta de calle se hizo oír con grave redoble.

Filas de hombres blancos que parecían disfrazados de negros penetraban en el buque por las portas abiertas en sus dos costados llevando al hombro grandes cestos que esparcían polvo de hulla.

Recibiole D. José Relimpio con ciertos asomos de severidad, dándole una palmada en el hombro y diciendole: «Hombre, veremos cómo te portas ahora». Pero D.ª Laura, implacable y fiera, dijo que Mariano no se sentaría a su mesa, aunque bajase Cristo a mandarlo.