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La Ciudad dispuso que el jurado Juan Mexia los buscase prestados pues no tenía en sus arcas dicha suma y así se hizo. Se recibieron en la ciudad tres cartas Reales, una para que se quitasen los muladares que más podían perjudicar, otra sobre rufianes y vagabundos y la tercera prohibiendo los tableros y juegos de dados.

Habla un poco de francés y de italiano siempre que había de hablar español, y español no lo habla sino lo maltrata: a eso dice que la lengua española es la suya, y que puede hacer con ella lo que más le viniese en voluntad. Por supuesto que no cree en Dios, porque quiere pasar por hombre de luces, pero en cambio cree en chalanes y en mozas, en amigos y en rufianes. Se me olvidaba.

Esta pieza, entre cuyos personajes, además de diversas figuras alegóricas , encontramos dos rufianes, un pastelero, un inquisidor, Lucifer, un ángel y tres almas del Purgatorio, nos ofrece por añadidura un espadachín bribón de Sevilla, que al fin muere en Méjico como un santo, haciendo milagros. Las demás piezas son desiguales por su mérito y de distinto carácter.

Toda la gente ociosa y corrillera, rufianes, pordioseros, soldados inválidos, menestrales sin trabajo, señores de la hoja con encerado bigote y calzas de color, y más de un hidalguejo de poca monta, se confundían en aquel reposo común bajo la lumbre meridiana. El caserío recortaba cegadoras blancuras sobre un cielo de zafiro. Los gallos cantaban a lo lejos en los cigarrales.

Ella aconseja a los rufianes que asesinen a las rameras, después de amarse dolorosamente, en las zahurdas tenebrosas, para que ría el Diablo, padre de las rameras y de los asesinos. La Dama de la Noche entiende las palabras misteriosas que susurran en el fondo de mi alma, sin asomar jamás al labio.

Habéis de saber que en tierra de Francia continúan los cintarazos, porque andan como siempre divididos y en armas brabantinos, nanteses, gascones y aventureros de todas clases, sin contar numerosas bandas de rufianes sin bandera, que cercan y saquean ciudades y dan y reciben cuchilladas sin cuento.

Y diciendo esto sepultó un panecillo, y el otro, otro. Pues ¿las mujeres? Ya daban cuenta de un pan, y el que más comía era el cura, con el mirar sólo. Sentáronse los rufianes con medio cabrito asado y dos lonjas de tocino y un par de palomas cocidas, y dijeron: -Pues padre, ¿ahí se está? Llegue y alcance, que mi señor don Diego nos hace merced a todos.

-Esa costumbre, señor escudero -respondió Sancho-, allá puede correr y pasar con los rufianes y peleantes que dice, pero con los escuderos de los caballeros andantes, ni por pienso. A lo menos, yo no he oído decir a mi amo semejante costumbre, y sabe de memoria todas las ordenanzas de la andante caballería.

Los dos tremendos rufianes, Asmodeo y Belcebú, le habían cogido cada uno por una pierna, tiraban de él y le arrastraban al fondo de los mares. Entonces Morsamor perdió el conocimiento y el sentido. Reconciliación suprema Después de las portentosas aventuras que acabamos de referir y del trágico fin que tuvieron, bien podemos asegurar que no murió Morsamor.

Lo demás se engulleron el cura y los otros. Decían los rufianes: -No cene mucho, señor, que le hará mal. Y replicaba el maldito estudiante: -Y más que es menester hacerse a comer poco para la vida de Alcalá. Yo y el otro criado estábamos rogando a Dios que les pusiese en corazón que dejasen algo.