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Las calles de la ciudad presentan un aspecto guerrero, y hasta los paisanos caminan con aire marcial, como si dijesen a los forasteros: «Somos compatriotas del gran Turena». Cené en mesa redonda y procuré informarme acerca del camino que debía emprender al día siguiente para llegar al castillo del duque de C..., que distaba tres leguas de la población.

Aceptaron luego; dijéronme su casa y preguntaron la mía. Y, con tanto, se apartó el coche, y yo y los compañeros comenzamos a caminar a casa. Ellos, que me vieron largo en lo de la merienda, aficionáronse, y por obligarme me suplicaron cenase con ellos aquella noche. Híceme algo de rogar, aunque poco, y cené con ellos, haciendo bajar a buscar mis criados y jurando de echarlos de casa.

Expliqué yo luego a mi tío, con la razón de estos sucesos, mi conducta de todo el día; pareció tranquilizarse con ello; nos arrimamos poco después a la perezosa; cené yo con un apetito como no había sentido otro en mi vida, y una hora después nos retirábamos a dormir. ¡A dormir!... ¡Buenas andaban para ello las horas de aquel día y de aquella noche memorables!

Lo demás se engulleron el cura y los otros. Decían los rufianes: -No cene mucho, señor, que le hará mal. Y replicaba el maldito estudiante: -Y más que es menester hacerse a comer poco para la vida de Alcalá. Yo y el otro criado estábamos rogando a Dios que les pusiese en corazón que dejasen algo.

Los estudiantes dijeron: -Cene V. Md., que, entre tanto que a nosotros nos aderezan lo que hubiere, le serviremos a la mesa. ¡Jesús! -dijo don Diego-; V. Mds. se sienten, si son servidos. Y a esto respondieron los rufianes, no hablando con ellos: -Luego, mi señor, que aún no está todo a punto. Yo, cuando vi a los unos convidados y a los otros que se convidaban, afligíme y temí lo que sucedió.

Diome gana de descomer, aunque no había comido, digo, de proveerme, y pregunté por las necesarias a un antiguo, y díjome: -Como no lo son en esta casa, no las hay. Para una vez que os proveeréis mientras aquí estuviéredes, dondequiera podréis; que aquí estoy dos meses ha y no he hecho tal cosa sino el día que entré, como ahora vos, de lo que cené en mi casa la noche antes.

Pero eso está acabado, concluído, finalizado, muerto, inmaterial, como si nunca hubiera sido. Y sin embargo... Volví a verla a los veinte días después. Ya estaba sana, y cené con ellos.

7 ¿Y quién de vosotros tiene un siervo que ara o apacienta, que vuelto del campo le diga luego: Pasa, siéntate a la mesa? 8 ¿No le dice antes: Adereza qué cene, y arremángate, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe? 9 ¿Da gracias al siervo porque hizo lo que le había sido mandado? Pienso que no.

El tío, sin comprender la ironía, le miró con desprecio. Vaya, veo que vienes tan ignorante como has ido... Te aguardo para cenar. No me aguarde usted, tío contestó Gonzalo, que ya estaba lejos. Quizá no cene. Y sin tomar carrera, pero con extraña velocidad, gracias a sus descomunales piernas, salvó las calles, alumbradas por algunos raros faroles de aceite, en dirección al teatro.

Al entrar en casa enseñé la carta a mi madre, que se quedó también asombrada. Como sentía gran curiosidad, quise marcharme en seguida; pero mi madre me obligó a sentarme a cenar. Cené rápidamente, y, envuelto en el capote, tomé el camino hacia la herrería de Aspillaga. Allí se encontraba Allen, el viejo hortelano de Bisusalde.