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Al entrar en casa enseñé la carta a mi madre, que se quedó también asombrada. Como sentía gran curiosidad, quise marcharme en seguida; pero mi madre me obligó a sentarme a cenar. Cené rápidamente, y, envuelto en el capote, tomé el camino hacia la herrería de Aspillaga. Allí se encontraba Allen, el viejo hortelano de Bisusalde.

Me dirigí hacia el pueblo, formado por quince o veinte casas agrupadas en derredor de la iglesia, y me detuve en una venta del camino, con el objeto de almorzar, y de paso a enterarme de la clase de gente que vivía en Bisusalde.

Pregunté al boyero por dónde se subía más de prisa a Bisusalde, y me mostró el camino, que, al principio, más que camino, era una escalera formada por tres o cuatro tramos hechos con vigas y que terminaba en una cuesta en zig-zag.

Mi padre, que se encuentra enfermo, le suplica encarecidamente a usted que venga a verle lo más pronto posible; si puede, esta misma noche. Tiene que hablarle a usted de asuntos importantes. Si se decide a salir por la noche, a la salida del pueblo, en la herrería de Aspillaga, le esperará un amigo con un caballo. Mary A. Sandow. Bisusalde: Playa de las Ánimas

Al día siguiente conté a mi madre la escena de la noche anterior en Bisusalde, y no si dudó de la veracidad de lo dicho por su presunto hermano, o si creyó que querría quitarnos parte de la herencia; el caso fué que mi madre no se conmovió tanto como yo creía, y hasta se me figuró que le pareció mal que yo me comprometiese a ayudar a mi prima.

La familia era muy graciosa y simpática; el viejo Urbistondo nos enseñó la casa; luego me llevó a la torre. Me preguntó allí, confidencialmente, cómo estaba el padre de Mary, y al decirle que no andaba bien y que no sabía qué iba a ser de aquella muchacha, me dijo: ¡Eh!, cuidado, compañero. Si Mary tiene que salir de Bisusalde, que venga aquí. Esta casa, como si fuera suya.

El hombre de Bisusalde a quien llamaban el capitán era un marino inglés, que vivía con su hija, muchacha de catorce o quince años, y un criado, llamado Allen. Algunos aseguraban que el viejo había sido pirata; pero esto, según la mujer de la venta, eran ganas de hablar. El inglés daba lecciones de su idioma y solía ir todos los días a Elguea, donde tenía varios discípulos.

Mi madre sabía que el médico de Elguea había certificado la muerte de su presunto hermano a nombre de Tristán de Ugarte, y quería creer que el parentesco con el capitán de Bisusalde era un engaño. A pesar de esto, como la conducta de Mary en casa de Cashilda era buena, comenzaba a sentir por la muchacha cierta simpatía. Yo tenía que vivir desesperado en el vapor.

A los lados del barco el agua producía un murmullo, interrumpido por el estruendo de algún golpe de mar: cuchicheo misterioso y monótono. Las espumas, fosforescentes sobre el lomo negro de las olas, parecían tritones luminosos que nos perseguían jugando. Pasamos por delante de la playa de las Animas. Bisusalde y las casas de Izarte, próximas al acantilado, se veían a la luz de la luna.

A principios de febrero, una mañana, Mary me mandó un recado urgente diciéndome que fuera a Bisusalde lo más pronto posible. Me vestí, tomé el caballo de Aspillaga y, al trote, me fuí a la casa de la playa. Mi tío Juan había muerto. En la casa estaban Mary, el criado viejo, Quenoveva y Urbistondo. Me enteré de lo que se necesitaba. Había que mandar construir un ataúd en Lúzaro.