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Si se decide á ella, todo queda remediado; si se abstiene, el fatal secreto se divulga, y la perdicion total es inevitable. ¿Qué hará? Si en la operacion podeis salir perjudicado, precaveos á tiempo; apartaos de un edificio que si bien en una situacion regular no amenazaba ruina, está ahora batido por un furioso huracan.

Todos le juran por lo más sagrado que guardarán el secreto, y, por fin, el hombre empieza á contar la cosa con mucha obscuridad; excitado por los oyentes, se decide á ser claro, y les encaja tres ó cuatro bolas de tente-tieso, que los otros se tragan con avidez, desbandándose en seguida para ir á vomitarla en otros grupos: tan indigestos son esta clase de secretos.

Es verdad; pero ¿qué pensarías si yo tratase de hacer algo parecido? se arrojó a decir con precipitación, como quien se decide a proferir una cosa que le ha preocupado mucho. Genoveva se le quedó mirando con los ojos muy abiertos, sin comprender. ¿No entiendes? No, señorita.

Pues bien, dijo Tragomer; si nuestros esfuerzos son vanos, tendremos, al menos, la tranquilidad de haber cumplido con nuestro deber. ¿Verdad, Marenval? , querido amigo. Lo que acabo de oir á Vesín, me decide por completo. Yo estaba un poco dudoso, lo confieso, aun después de las seguridades que usted me había dado.

Las medicinas que usted le da, no le hacen ningún efecto. Hoy hemos hablado mi tía y yo. Antes de llevarle a un manicomio, es preciso probar algún otro medicamento. ¿No se decide usted a darle eso que decía?... no me acuerdo cómo se llama... eso que suena así como un estornudo...». ¡Ah!, el hatchiss... lo prepararemos.

Pasearían por los estrechos canales, solitarios y silenciosos, tendidos en la camareta de la góndola, acariciándose entre risas, compadeciendo a los que pasasen los puentes sin adivinar que por bajo de sus pies se deslizaba el amor... Pero Venecia es triste; cuando la lluvia se decide a caer, no se cansa nunca. Mejor era Nápoles; , Nápoles. ¡Viva!

Lisarda, conociendo que ha sido engañada, se desespera también á su vez; ve que le han robado su honor, que su amante le es infiel, y temiendo la venganza de su padre, decide al cabo huir con Don Gil.

Trae aceite, todo el aceite que haya en la cocina.... Al fin se decide usted a comer algo. Trae una gran fuente. Trae la caja de lamparillas. Trae las velas que haya en casa. Encima de la cómoda había una imagen de la Virgen de Covadonga. Felicita encendió una gran iluminación delante de la imagen. De rodillas, rogaba: ¡Señora, sálvalo!

Una mirada de Doña Blanca le confunde y aterra; una palabra de enojo de aquella terrible mujer hace que tiemble D. Valentín como un azogado. De suerte que Doña Blanca es quien ha decidido el casamiento de Clara con D. Casimiro. , tío; en esa casa Doña Blanca es quien lo decide todo. Ella manda y los demás obedecen. No se atreven á respirar sin su licencia.

Se palpa los bolsillos, rebusca los de su marido; pero sólo puede reunir ... ¡medio duro! ¡Y el capitán es un señor tan elegante! ¿Con qué cara le ha de ofrecer ella diez reales? Pero nota, en su defecto, que tiene la mirada muy noble. Se decide á hablarle, y entre lágrimas y sollozos,