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Hay, hermano cura, que la pobre Carmen, mi sobrina, está enamorada, muy enamorada, y ya no puede disimularlo ni tener tranquilidad: está enferma, no tiene apetito, no duerme, no quiere ni hablar. ¿Es posible? pregunté yo alarmadísimo, porque temí una revelación enteramente contraria a mis esperanzas. ¿Y de quién está enamorada Carmen, puede decirse?

Advierta el lector que yo no he andado esta vez por la linterna circular ni por la cúpula, ni he subido un solo escalon, sino que he esperado á pié firme en la planta baja, contemplando una pintura al fresco, copia no muy feliz de Rafael de Urbino. Temí que el brigadier tuviera algun antojo, parecido á los invasores antojos del travieso ingeniero.

La figura de M. de Vignet no es muy notable; su fortuna es mediana; temí muchas veces cometer un disparate; ¡y he sido yo quien lo ha hecho todo! Rogué muchísimo a Dios que me diera acierto y que aclarase mis dudas, y veo ahora con satisfacción que todo lo que pueda llamarse verdaderamente cuerdo y razonable, se encuentra en este matrimonio.

19 si he visto que pereciera alguno sin vestido, y al menesteroso sin cobertura; 20 si no me bendijeron sus lomos, y del vellón de mis ovejas se calentaron; 21 si alcé contra el huérfano mi mano, aunque viese que me ayudarían en la puerta; 22 mi espalda se caiga de mi hombro, y mi brazo sea quebrado de mi canilla. 23 Porque temí el castigo de Dios, contra cuya alteza yo no tendría poder.

Levántele, y díjome: "No tomé bien el medio de proporción para hacer la circunferencia al subir." Yo no entendí lo que me dijo, y luego temí lo que era, porque más desatinado hombre no ha nacido de las mujeres. Preguntóme si iba a Madrid por línea recta, o si iba por camino circunflejo. Y yo, aunque no le entendí, le dije que circunflejo.

34 si temí a la gran multitud, y el menosprecio de las familias me atemorizó, y callé, y no salí de mi puerta, 35 ¡quién me diera quien me oyese! He aquí mi señal es que el Omnipotente testificará por , aunque mi adversario me hiciera el proceso. 36 Ciertamente yo lo llevaría sobre mi hombro, y me lo ataría en lugar de coronas.

¡Qué bien se harmonizaba aquel vibrante vocerío con el despertar de valles y montañas, con los preludios del pueblo alado, con el susurro de las arboledas, con el canto idílico del Pedregoso, con el centellear de los luceros, y con el mugir de las vacadas en el cercano ejido! No por qué temí que la tía Pepilla supiera que no había yo probado el sueño.

¿Para qué? dijo la enferma . No he de usarlo más. Al presentarle el velo, notó la ausencia de las flores de azahar. Está bien; temí que no se hubiesen fijado. Aquellos preparativos eran de una tristeza fúnebre. Mamá dijo Germana , ¿se acuerda usted de los versos del poeta Jasmin, cuya traducción me leyó usted en la Revista de Ambos Mundos?

Lo cual notado del ingenio mío, Me animó á que cambiase de instituto, Y á trocar el desierto por el río; Y aquél, como se precia de muy justo, Temí que esta niñez me agostaría O á buen librar que me volviera en bruto.

Eso quería yo hacer, y vos no quisísteis. Temí por vos. Y hoy por vos tenéis miedo. Os ruego que lo penséis. Lo tengo pensado. ¿Conque soy vuestro prisionero? Prisionero por amor. Sois, pues, mi Carlos V. Y vos, mi Francisco I; por lo mismo temo firmar con vos las paces, no sea que vos me engañéis, como Francisco I engañó á Carlos V. ¡Entendida sois en historia!