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En el fondo corre el Arve por un lecho gris y pedregoso, como un torrente de ceniza y lodo, produciendo islas despedazadas y cubiertas de alisos, y tristes playas que muestran la desolacion causada por las violentas avenidas del fin de la primavera y el principio del verano.

Deteníanse a contemplar los incidentes del tiro de palomo establecido en el cauce del río, pedregoso, inmenso, surcado por unas cuantas venillas de agua, que se cruzaban caprichosamente, formando verdes archipiélagos.

Tengo delante el «real» solitario, la llanura desierta y silenciosa, en el fondo de la cual corre el Pedregoso adormecido y manso bajo las arboledas.... Me abismo en la contemplación del paisaje; te nombro, y mi alma corre hacia las montañas esas que me separan de , y escala las cimas, y vuela con las nubes, y va a velar tu sueño.

Los últimos fuegos del moribundo sol fulguraban en la tranquila ciudad, en los azulejos de las cúpulas, y de los campanarios, y espejeaban en las vidrieras, y prestaban brillos argentados al Pedregoso. Las aves volvían raudas a sus nidos, millares de pajarillos cantaban en los matorrales de la colina, y el viento susurraba en las gramíneas.

Lanzados por la fuerza de proyección del gran depósito, los troncos corren precipitadamente unos tras otros, y detrás de ellos, por el pedregoso camino que baja serpenteando por la ladera, corren los leñadores. Marinos á su modo, tienen que dirigir la navegación de la flotilla de madera.

El peso de la caldera les impedía caminar con rapidez; por otra parte, el terreno, pedregoso y cubierto de malezas, les obligaba a dar rodeos, haciéndoles perder un tiempo precioso.

Rafael, siguiendo el camino pedregoso de rápidos zigzags, recordaba las montañas de Asís que había visitado con su amigo el canónigo, gran admirador del santo de la Umbría. Era un paisaje ascético.

Ni la hermosura del paisaje ni el aspecto incomparable de las montañas, coronadas por el Citlaltépetl con brillante cono de nieve, ni la belleza sin igual del Pedregoso que corría gárrulo y cantante, distrajeron mi mente y ahuyentaron de mi alma la tristeza.... Pocas horas después me apeaba yo a las puertas de la hacienda. Estaba yo en Santa Clara.

La mañana siguiente, desapacible y fría como muchas del mes de Marzo en aquellos contornos, halló á nuestros arqueros en un terreno pedregoso y al pie de elevadísimas rocas, cuyas cimas empezaba á dorar el sol naciente.

Con estas filosofías de Chisco y las intemperancias de Pito Salces, acabamos de subir una ladera de suelo escurridizo, y nos vimos al comienzo de una ancha sierra que descendía en suaves ondulaciones hacia nuestra izquierda. Atajábala por allí el frontispicio pedregoso de un alto monte que la dominaba en toda su longitud, y estaba separado de ella por una barranca.