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El sol reflejaba desde Oriente sobre los gigantescos edificios y sobre las cien puertas enormes de la ciudad, que eran de bronce dorado. El resplandor que despedían deslumbraba los ojos. El Eufrates y el Tígris, serpenteando y heridos también por los rayos del sol que rielaba en sus ondas, se asemejaban a dos cintas de oro en fusión que formaban un lazo.

No olvidéis que aquí delante tenemos un arroyo que viene serpenteando de izquierda a derecha hasta perderse en los pantanos. El Emperador manda que la derecha pase el arroyo, y verificado esto, los rusos la atacan.

Con sus largos remos, parecidos á poderosas aletas, se producen remolinos en cada lado de la barca y se hace caer como lluvia de perlas las gotas sobre la superficie del agua; á voluntad se abre el líquido en surcos espumosos, y detrás se deja una larga estela donde vibra la luz serpenteando. Desgraciadamente, sobre el arroyo las embarcaciones no se ven con frecuencia.

Lanzados por la fuerza de proyección del gran depósito, los troncos corren precipitadamente unos tras otros, y detrás de ellos, por el pedregoso camino que baja serpenteando por la ladera, corren los leñadores. Marinos á su modo, tienen que dirigir la navegación de la flotilla de madera.

El terreno subía; comenzaban los campos pedregosos de secano, las primeras estribaciones de la sierra. El camino iba serpenteando entre arboledas. Pasaban ya ante las ventanillas del carruaje los primeros olivos. Febrer los conocía, había hablado de ellos muchas veces, y sin embargo, sintió la sensación de lo extraordinario, como si los viese por primera vez.

Los árboles de teck, sagú, mangostán, cedro, bambú, arenghe, saccaripre, betel, rotang y otros infinitos, se apiñaban, entrelazando su ramaje y sus raíces, y los bejucos y las plantas trepadoras formaban impenetrables redes corriéndose de un árbol a otro, subiendo, bajando y serpenteando por la tierra. No faltaban los árboles frutales silvestres.

Cuando llegué al fin, sano y salvo á la parte opuesta, sentí no haber tenido la buena idea del campesino austríaco, que esperaba cándida y pacientemente sobre las orillas del Danubio, que el río cesara de correr: algunas horas después de mi paso, el Chiruá no era más que un débil hilo de agua, serpenteando por entre las piedras, que hubiera podido franquearse saltando de una á otra orilla.

Una hora de inquietud se me hizo un siglo y empezaba ya á desalentarme, cuando, por una dicha inesperada, se entreabrieron las nubes un momento, y se me reveló un horizonte inmenso: los últimos repechos de las montañas, como surcos irregulares cubiertos de árboles, bajaban serpenteando lentamente hácia un mar de verdura sin límites, el cual era formado por las florestas de la llanura, que contornean las montañas en un espacio de mas de cuarenta leguas.

Arroyuelos de agua cristalina corrían serpenteando y murmurando por el somero cauce que naturalmente habían abierto, y en cuyas márgenes crecían violetas, rosas silvestres y mil hierbas de olor. No bien empezaba a anochecer discurrían por el aire en multitud sin cuento las luciérnagas, como brillantes joyas con que bordaba allí su manto la primavera.

Corre, revístete a escape de tus armas, monta a caballo y vete. Vertiendo muchas lágrimas de gratitud y besándole respetuosamente las manos, Plácido se despidió del abad y éste le abrazó y le bendijo. Dos horas después cabalgaba Plácido, solo y armado, por medio de un pinar espeso y por senda apenas trillada, que iba serpenteando junto a la orilla de un arroyo, entre cerros altísimos.