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La hermosura varonil del torero puede y debe ejercer influencia benéfica en el ánimo de la muchedumbre, en quien un inveterado espiritualismo ascético y después otras varias causas han hecho que se descuiden por demás en España el esmero y cuidado del cuerpo. Nuestra clase media le atiende y le ejercita poco.

El ascético sacerdote gozaba más con perfeccionar las almas creyentes y buenas, que en atraer las que definitivamente se hallaban en las garras del pecado. Lo primero que se le ocurrió leer al P. Gil fue cierta Vida de Jesús, muy popular a la sazón entre los impíos y de la cual se hablaba siempre con desprecio mezclado de terror en el seminario. La leyó con profundo dolor y tristeza.

Del espíritu del cristianismo nace, efectivamente, el sentimiento de igualdad, viciado por cierto ascético menosprecio de la selección espiritual y la cultura. De la herencia de las civilizaciones clásicas nacen el sentido del orden, de la jerarquía y el respeto religioso del genio, viciados por cierto aristocrático desdén de los humildes y los débiles.

Lo último es lo que le acontecía al epicúreo Colignon, que, entre jadeos y sofocos, remontaba periódicamente la cuesta del asilo, atraído por el ascético Belarmino; es decir que caía, sin voluntad, subiendo hacia él. El señor Colignon, bastante avejentado ya, penetra, con sus acompañantes, en el zaguán del asilo; una pieza alongada, de paredes desnudas, con cuatro desvalidas silletas de paja.

Varias veces durante la noche levantábase a orar; al amanecer, en los días más húmedos y fríos del año, salía de casa para ir a la iglesia, donde pasaba algunas horas de rodillas; ayunaba con un rigor que no había visto ni en su ascético maestro del seminario, abstinencias prolongadas, terribles, que parecían imposibles de resistir; gastaba cilicios en las piernas y los brazos, y se disciplinaba los viernes y en las vísperas de las fiestas señaladas.

Aunque llena también su mente de las bellezas virgilianas, más ascético que Dante, si lo imita con frecuencia, no escogió un gentil como éste para guía, sino á san Pablo, quien le dirige y acompaña por los lugares en que los apóstoles ilustraron su vida con su elocuente palabra, con sus virtudes y aun con el martirio.

A primera vista, mas parece la casa de un rico hacendado, que el asilo ascético de un misionero; es verdad, que contribuye á ello, en primer término, la situación pintoresca en que se asienta, y los dilatados horizontes que domina.

Tenía el padre Urtazu más de moralista práctico que de ascético, y la niña tomó de él más documentos provechosos para la conducta, que doctrina para la devoción. De suerte que sin dejar de ser buena cristiana, no pasó a fervorosa.

Rafael, siguiendo el camino pedregoso de rápidos zigzags, recordaba las montañas de Asís que había visitado con su amigo el canónigo, gran admirador del santo de la Umbría. Era un paisaje ascético.

Pero dentro, muy dentro; aislada del alcázar ruidoso por cubiertos canales, oculta a la mirada vulgar como la «perdida iglesia» de Uhland en lo esquivo del bosque al cabo de ignorados senderos, una misteriosa sala se extendía, en la que a nadie era lícito poner la planta, sino al mismo rey, cuya hospitalidad se trocaba en sus umbrales en la apariencia de ascético egoísmo.