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Actualizado: 26 de julio de 2025


Medio valle gozaba aún de los últimos esplendores del día, y allá detrás de la iglesia de San Juan, a espaldas de un molino, medio escondido entre los platanares y los «izotes», en la curva más ancha y despejada del Pedregoso, los últimos rayos del sol trazaban una estela de plata, que partía de un foco esplendoroso, cuyas poderosas irradiaciones lastimaron mis pupilas.

Al fin y al cabo, ninguna obligación tienen de andar juntos por todas partes; y sin duda por eso, el camino, sin trabas ni impedimentos, como el río, que le obliguen a descender continuamente y por determinado canal, a lo mejor se echaba por un atajo cuesta arriba, gozándose después en saludar desde la loma del cerro pedregoso a su arrastrado compañero, que sudaba la gota gorda para abrirse paso en los profundos de un vallecito angosto, entre alisales, guijarros y mimbreras.

franca, que pintas algo y entiendes más que Catana de estas cosas. Fíjate bien: aquí la lozanía de la huerta; después el recuesto verde sucio; luego el pinar casi negro; enseguida un monte gris, rapado y pedregoso; y en último término, una montaña azul. ¿No tiene todo este conjunto su belleza especial?

Las corrientes del Pedregoso cambian de ritmo; hay en las espesuras preludios corales, amorosos aleteos, y principia por todas partes el movimiento y la vida. Diríase que los vientos se apresuran a derramar por los valles el aroma de las flores que se abrieron durante la noche.

Despues de una hora de marcha lenta y perezosa por un sendero pedregoso y rudo, subímos á un estrecho volador que ceñia el costado del cerro. Toda vegetacion artificial habia desaparecido, y caminábamos al traves de enormes derrumbes que las nieves y las lluvias producen, al pié de manchas de abetos deteriorados por los huracanes.

Siguiendo el camino pedregoso que se extiende alrededor de la base de estas rocas, se encuentra a la izquierda y a dos leguas de la población un camino estrecho y bien cuidado, adornado de sauces, que llega hasta un riachuelo cuyas aguas mueven las ruedas de un molino.

Vendrás, y veremos si puedes traducir una cosita que tengo guardada por ahí: una oda sálica al Pedregoso, nuestro rojo Tíber. ¡Te gustará, estoy cierto de que te ha de gustar! Dieron las doce en la torre de la Parroquia, y en las demás iglesias de Villaverde. ¡Las campanas de la ciudad natal!

Imaginaos una llanura siempre verde, limitada en todas direcciones por obscuras montañas y risueños collados. El tono subido de los bosques hace resaltar el tinte alegre de los prados y de los campos de caña sacarina. El Pedregoso, gárrulo y cantante en las quebradas, sesgo y cerúleo en los planíos, corta en dos partes la ciudad.

Por eso no he dado a la estampa los sáficos aquellos que te gustaron tanto, la odita al Pedregoso. Mira, Rodolfo: no hablemos más de esos bellacos. Serenóse don Román, sacó la tabaquera, tomó un polvo, y, quitándose las gafas, me dijo en tono cariñoso: Vamos: ¿qué piensas hacer? ¿Sigues los estudios, o te quedas en tu tierra, y en tu casa, para buscarte la vida? Hablé ya con tus tías.

Desde el día en que entré a servir al jurisconsulto me propuse vivir aislado, lejos de los chismes villaverdinos que ya comenzaban a disgustarme, así es que a las horas de descanso me encerraba en casa, a leer o a conversar con Angelina, y únicamente los domingos por la tarde me echaba a vagar por los callejones, o me iba a pasar dos o tres horas en las orillas del Pedregoso o en las verdes laderas del Escobillar, de donde volvía cargado de helechos y flores campesinas.

Palabra del Dia

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