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Actualizado: 22 de julio de 2025


No tardó, como es consiguiente, en leérmelos, encerrándose para ello previamente en un cuarto retirado, donde a su sabor descargó la conciencia del grave cargo de ciento y tantas composiciones en todos los metros imaginables, aunque sus predilectos eran los sáficos y adónicos. Los dísticos, compuestos de exámetros y pentámetros, también le gustaban sobremodo.

Por lo general viene a Madrid recomendado a D. Aureliano Fernández Guerra o a Barrantes, a quienes admira de buena o de mala fe, que eso no importa, y les lee unos cuantos sáficos adónicos y algunas espinelitas: los académicos se dignan decirle que es muy «donoso y maleante», y que sus composiciones están llenas de «sentencias briosas y sales irónicas». Abroquelado con este juicio nuestro mosquito, da algunas lecturas en la Juventud Católica y publica varios fragmentos en La defensa de la Sociedad, hasta que, por consejo de sus amigos académicos, deja repentinamente de zumbar.

Por eso no he dado a la estampa los sáficos aquellos que te gustaron tanto, la odita al Pedregoso. Mira, Rodolfo: no hablemos más de esos bellacos. Serenóse don Román, sacó la tabaquera, tomó un polvo, y, quitándose las gafas, me dijo en tono cariñoso: Vamos: ¿qué piensas hacer? ¿Sigues los estudios, o te quedas en tu tierra, y en tu casa, para buscarte la vida? Hablé ya con tus tías.

En medio de Madrid surgía, como un esfuerzo de la Naturaleza que a muchos parecería aberración del arte de la forma, la Venus flamenca. Don José estaba medio lelo, y si fuera poeta no dejara de cantar en sáficos la novísima encarnación de la huéspeda de Gnido y Pafos. Salieron gozosos, acomodándose en una carretela que alquiló Isidora..., y a vivir. Llegaron a la pradera.

En cuanto a García, aunque era un hombre enteramente retórico de los pies a la cabeza, miraba a su amigo desde el diván donde se había sentado con ojos alegres y triunfantes y los volvía a los parroquianos con ganas de decirles: «¿Ven ustedes qué ojo tiene para meter la bala en el blanco? Pues es tan certero para medir los sáficos adónicos

Creíase destinado a la inmortalidad; tenía un buen tomo preparado para darlo a la estampa, en el cual, como en muestrario de bazar, había de todo: elegías, odas, pequeños poemas, poemas grandes, epigramas, doloras, suspirillos germánicos, sáficos y octavas reales. La sala parecía tribuna del Congreso, que se hundía con los aplausos al terminar Berande su recitación.

Joven bardo que encerró poesía en pagodas de marfil y de plata: templa el sistro de celeste armonía y tus sáficos cantares desata... Suelta al trote tus gallardos bridones y que escalen la altitud tus corceles, al concierto de modernas canciones, bajo un arco de floridos laureles.

Palabra del Dia

malignas

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