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Ni la hermosura del paisaje ni el aspecto incomparable de las montañas, coronadas por el Citlaltépetl con brillante cono de nieve, ni la belleza sin igual del Pedregoso que corría gárrulo y cantante, distrajeron mi mente y ahuyentaron de mi alma la tristeza.... Pocas horas después me apeaba yo a las puertas de la hacienda. Estaba yo en Santa Clara.

Dejó caer de nuevo el odre, y con la cara entre las manos estuvo llorando largo rato. Al cabo prosiguió su tarea; pero las lágrimas no dejaban de resbalar por sus mejillas escaldándolas. El aleteo y el piar de unos pajaritos la distrajeron un momento. Eran dos jilgueros que tenían allí su nido.

Fué tanto, no obstante, el empeño que Gonzalo puso en ello, sin duda para distraerla un poco de la melancolía en que había caído, que, al fin, cedió. Con ir a Sarrió a probarse los trajes y dar instrucciones a la modista, se distrajeron algunas tardes. Llegó el esperado domingo. Gonzalo, que estuviera ocupado toda la mañana, almorzó en Sarrió.

Varios sucesos distrajeron por unos días la atención pública, y la espía quedó momentáneamente olvidada. Al llegar á Salónica hizo discretas preguntas á sus amigos militares y marinos en los cafés del puerto. Casi todos desconocían el nombre de Freya Talberg. Los que lo habían leído en los diarios contestaban con indiferencia. quién es: una espía que fué artista; una mujer de cierto chic.

Es allí donde yo estaba sentado, contando escrupulosamente los estambres de una flor desconocida para , cuando el ruido de un paso ligero y el roce de una falda distrajeron mi atención.

Pero el tiempo cumplió como suele cumplir siempre, endulzando lo amargo, limando con insensible diente las asperezas de la vida, y aunque el recuerdo de su esposa no se extinguió en el alma del usurero, el dolor hubo de calmarse; los días fueron perdiendo lentamente su fúnebre tristeza; despejóse el sol del alma, iluminando de nuevo las variadas combinaciones numéricas que en ella había; los negocios distrajeron al aburrido negociante, y á los dos años Torquemada parecía consolado; pero, entiéndase bien y repítase en honor suyo, sin malditas ganas de volver á casarse.

Por las abiertas ventanas penetraban en la habitación roja la clara alegría de la mañana, la sonoridad despertadora de los mil rumores del campo, y su vivacidad fue ganando poco a poco el corazón y el espíritu de Francisco Delaberge. Cuando había llegado ya a las últimas líneas de su informe, distrajeron su atención una serie de rumores y voces que oyó junto a la misma entrada de la hospedería.

Las mujeres que encontraba por aquellos países no le distrajeron, porque eran la mayor parte toscas aldeanas curtidas del sol, y si tropezó con alguna beldad éuskara, esta, en vez de sonreír al oficial amadeísta, le echó mil maldiciones. Además, Baltasar, frío y concentrado, no era de los que toman por asalto un corazón en un par de horas.

Y el Conde supo cumplir su firme decisión. Conquistas más fáciles le consolaron y distrajeron de aquel ligerísimo contratiempo. Mil veces más mortificado quedó en esto el orgullo de Elisa que el del Conde. Poco acostumbrada Elisa a que los galanes desistieran tan pronto de pretenderla y se retirasen además con tan glacial reposo, se sintió algo picada, si bien disimuló el pique.

Se compuso el sombrero, y se fué. A poco, cuando principiaba yo a escribir, en el zaguán voces femeniles que distrajeron mi atención. Venían muy majas y de ataque. ¡Papá! gritó la rubia, asomando su vivaracha cabecita. ¡Papá! ¡Ya estamos de vuelta!