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¡Qué bien se harmonizaba aquel vibrante vocerío con el despertar de valles y montañas, con los preludios del pueblo alado, con el susurro de las arboledas, con el canto idílico del Pedregoso, con el centellear de los luceros, y con el mugir de las vacadas en el cercano ejido! No por qué temí que la tía Pepilla supiera que no había yo probado el sueño.

Mirando al grupo idílico que en la escombrera formaban la anciana y el ciego, toda aquella gentuza empezó a vociferar. ¿Qué decían? No era fácil entenderlo desde arriba.

Así se amaron, así se casaron, y el «todo París» se levantó una mañana dos horas antes que de costumbre para asistir á una ceremonia nupcial adornada con la presencia de todos los poderosos de la industria y un sinnúmero de personajes políticos, amigos del abuelo de la desposada. El amor idílico de los recién casados no ofrecía dudas.

La obra es un poema idílico, género de literatura que puede decirse propio de nuestro siglo y que ha producido en Alemania, en América y en Provenza tres obras superiores, del todo ajenas al amanerado convencionalismo de la bucólica antigua.

Jesús había muerto: por él las mujeres se vestían de negro y los hombres se disfrazaban con túnicas puntiagudas que les daban aspecto de extraños insectos; los cobres lo proclamaban con sus quejidos teatrales; los templos lo decían con su obscuro silencio y los velos lóbregos de sus puertas... Y el río seguía suspirando con idílico susurro, como si invitase a sentarse en sus orillas a las parejas solitarias; y las palmeras mecían sus capiteles sobre las almenas con un vaivén de indiferencia; y los naranjos exhalaban su perfume de tentación, como si sólo reconociesen la majestad del amor, que crea la vida y la deleita; y la luna sonreía impávida; y la torre, azulada por la noche, perdíase en el misterio de las alturas, pensando tal vez, con la simpleza de alma de las cosas inanimadas, que las ideas de los hombres cambian con los siglos, y los que a ella la sacaron de la nada creían en otras cosas.

Todo esto respiraba un sentimiento idílico, de suave felicidad, que, como contraste a sus refinados amores cortesanos, le causaba un gran deleite. Maximina siguió caminando en silencio. ¿Te ha reñido tu tía? No. Volvió a guardar silencio. Al cabo de un instante, acercando más el rostro, observó que algunas gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas.

Fué la guerra, una guerra doméstica, lo que estalló en el idílico escenario de la estancia. «Patroncito, corra, que el patrón viejo ha pelado cuchillo y quiere matar al alemán.» Y Desnoyers había corrido fuera de su escritorio, avisado por las voces de un peón. Madariaga perseguía cuchillo en mano á Karl, atropellando á todos los que intentaban cerrarle el paso.

Sin salir de ellos, ha encontrado la novela política en Don Gonzalo y en Los hombres de pro, la novela religiosa en De tal palo..., la novela o más bien el poema idílico en El sabor de la tierruca, la novela social en Blasones y talegas y hasta la más conmovedora tragedia en La Leva.