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Actualizado: 28 de julio de 2025
¡Anda, anda, frutilla temprana!... ¡En la que te has metido! dijo Encarnación encendida de ira . ¿Y qué vas a hacer ahora? Ya no tienes salvación, ya estás perdida. Bien me lo temí y bien te lo dije cuando te vi en estos andares. Yo tengo mucho mundo añadió señalando del modo más insinuante su ojo derecho ; aquí dentro hay mucho quinqué. Pues, claro, a esto habías de venir a parar.
Temí por su razón; y movido de un sentimiento de lástima, me hice el encontradizo con ella. No se sobrecogió al verme, como solía en tales casos; al contrario: parecía calmarse un poco y reanimarse con mi presencia, y hasta noté en ella como deseos de decirme algo.
Hubiera podido escribirte; pero temí que no contestases ó me enviaras simplemente á entenderme con tu apoderado en París. ¡Hace tanto tiempo que no nos vemos! ¡Ha sido tan rara nuestra amistad!... Por eso, finalmente, me decidí anoche á venir á sorprenderte en tu retiro, con la esperanza de que no me pondrías en la puerta. Miguel sonrió, haciendo un gesto de escandalizada negativa.
Fuime a casa, que apenas acerté, y fue ventura el ser de mañana, pues sólo topé dos o tres muchachos, que debían de ser bien inclinados porque no me tiraron más de cuatro o seis trapajos y luego me dejaron. Entré en casa, y el morisco que me vio comenzóse a reír y a hacer como que quería escupirme. Yo, que temí que lo hiciese, dije: -Tené, huésped, que no soy Ecce-Homo.
»Al pronto yo temí que esta noticia envolviese nuevos peligros para Magdalena; pero, indudablemente, a la pobre ya no le quedan fuerzas para experimentar sensaciones muy vivas, porque al saber que nos reuniríamos en Niza, donde ella me aguardaría, casi manifestó prisa por partir, cosa que me causó gran extrañeza, acrecentada por la circunstancia de haberle dicho su padre que usted no podría acompañarla.
Era inútil; lo sabía todo. Pero, ¿por quién? ¿Quién se lo había dicho? Como no fuí yo, tenéis que haber sido vos. ¡Ah! Cuántas veces temí que vuestro estúpido amor por esa mujer nos trajera una desgracia; pero nunca pensé que llegarais a encegueceros hasta ese exceso de locura y de crimen... Siento que se me va la cabeza.
Mi madre parecía dormida; su tez estaba coloreada y su respiración era rápida. Yo temí despertarla si la besaba, y me contenté con poner mis labios sobre un extremo de su vestido. Después, me hicieron entrar en la habitación del conserje, que permitió que durmiese con sus hijos; pero yo no pude dormir a causa de mi disgusto y de los ruidos que oía.
Entonces lo temí todo, todo: empecé á buscar una ayuda para salir del atolladero, y en cierta casa donde me refugié por el momento, supe que vos érais la mujer codiciada, la mujer envidiada por todos al duque de Lerma, á quien engañáis siendo amante de Calderón.
En cuanto a mí, sentí como si fuera el autor de aquel atentado y temí que lo revelara mi semblante. Pero mis compañeros estaban demasiado ocupados en examinar el desperfecto, para fijarse en mi persona. ¿Cómo ha podido ser esto? ¿Quién pudo llegar hasta aquí y cometer tan audaz sacrilegio? Exclamaban ambos admirados.
Temí complicarte en mis asuntos... Además, yo necesito estar libre, para dedicarme al cumplimiento de mi misión. Hubo otra larga pausa. Los ojos de Freya se fijaron en los de su amante con una tenacidad escrutadora. Quería sondear su pensamiento, darse cuenta de la madurez de su preparación, antes de arriesgar el golpe decisivo. Su examen fué satisfactorio.
Palabra del Dia
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