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»Al pronto yo temí que esta noticia envolviese nuevos peligros para Magdalena; pero, indudablemente, a la pobre ya no le quedan fuerzas para experimentar sensaciones muy vivas, porque al saber que nos reuniríamos en Niza, donde ella me aguardaría, casi manifestó prisa por partir, cosa que me causó gran extrañeza, acrecentada por la circunstancia de haberle dicho su padre que usted no podría acompañarla.

Para la demostración de esta verdad, que presupone en Cervantes un valer originalísimo, el señor Icaza examina y juzga todas sus novelas; refiere cuanto los críticos han dicho de ellas desde sus contemporáneos hasta hoy; impugna los ligeros juicios de Huet, de Florián y de otros; prueba la carencia de fundamento de las acusaciones de plagio lanzadas por Estala y Bosarte, y manifiesta el influjo poderoso que han ejercido las novelas de Cervantes en nuestro teatro español, en el extranjero y en la misma novela, que harto descuidada entre nosotros durante cerca de dos siglos, floreció y dio muy sazonados frutos en Francia, en Inglaterra y en otros países, de donde volvió a España muy acrecentada en riqueza, pero sin que deba olvidarse el origen tan español que tiene.

Hojeó maquinalmente las páginas de catálogos escolares, los Sermones del doctor Crammer, los Poemas de Henry Kirke White, las Leyendas del Santuario y Vidas de mujeres célebres; su ya viva imaginación, nerviosamente acrecentada por su situación especial, le representó las tiernas reuniones y conmovedoras despedidas que debían haber tenido lugar allí, y extrañose de que el aposento no guardara algo que pudiese expresar tales humanos sentimientos, y hasta había olvidado casi el objeto de su visita, cuando se abrió la puerta para dejar paso a Carolina Galba.

Después de tres años de correría triunfal, volvió a Madrid, acrecentada su hermosura por el extraño encanto del cosmopolitismo. Ahora la protegía el más rico negociante de España, y en su espléndido hotel reinaba sobre una corte sólo de hombres: ministros, banqueros, políticos influyentes, personajes de todas clases que buscaban su sonrisa como la mejor de sus condecoraciones.

Donde el nuevo factor de capacidad humana y de amortización de las restantes formas de barbarie no pudo surgir o prosperar, no fueron éstas disminuidas por las formas correlativas de cultura, ni aquélla fue acrecentada, y el siglo de la libertad y de las luces, encontró sin ellas a la Rusia, el Austria, la España y la América española, rezagadas en la cultura y en la barbarie específicas de la Edad Media.

El conde Enrique vivía en el castillo; acompañaba a su madre, y, pensador y estudioso, se iba haciendo gran sabio y leía mucho, porque en el castillo daba pábulo a su afición una copiosa y escogida biblioteca, fundada hacía siglos por sus antepasados y acrecentada de continuo.