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Un silencio profundo reina en la iglesia, que fué el sepulcro provisional de Napoleon, cuando trageron sus cenizas de Santa Elena, en 15 de Diciembre de 1840, entre la salva del agradecido cañon de Inválidos, y una pompa, y un regocijo, de que apenas se encontrarán ejemplos en la historia del mundo.

El vasto edificio principal del famoso Hospital de inválidos de la marina, fué en su principio un palacio de residencia real creado por Enrique VI. Cárlos II lo reconstruyó mucho mas tarde, y al fin Guillermo III lo convirtió en Hospital de la marina británica, en 1705.

Cuando a pesar de ello procuraba escaparse, fue detenido frente a los Inválidos al intentar atravesar el río. Conducido a Vaugirard se le encerró en una cueva por algunas horas. Después fue reclamado y salvado por el jardinero de un pariente suyo, quien, estando de oficial municipal de la Commune, le reconoció casualmente.

Y los dos inválidos de la vida se olvidaban de la propia dolencia para pensar en la del otro, estableciéndose entre sus almas una corriente de conmiseración amorosa, atrayéndose, no por el apasionamiento del sexo, sino por la simpatía fraternal que les inspiraba su desgracia. Muchas veces, Sagrario alejaba a su tío.

Por una parte marcan las estaciones de los peregrinos que van á visitar á Nuestra Señora de las Nieves; por otra sirven de apostaderos á infelices inválidos que piden limosna á los viajeros y hacen durante los meses de verano su provision para todo el año.

Al ver la cúpula de los Inválidos, experimento lo que experimenté cuando por primera vez la sublime Concepcion de Murillo. Parece que hay algo que está nadando sobre nosotros, que nos coge por los cabellos y nos lleva hácia arriba.

Y tras estos ejemplares de la miseria y la enfermedad, sonaban las tristes herraduras de los inválidos del trabajo: caballos de tahonas y de fábricas, machos de labranza, jacos de coche de alquiler, todos soñolientos por el hábito de arrastrar años y años el arado o la carreta; parias infelices que iban a ser explotados hasta el último instante, dando diversión a los hombres con sus pataleos y saltos al sentir en el abdomen los cuernos del toro.

En medio de sus sollozos, oyose un grito que parecía partir de lo más profundo del alma: ¡Oh, Rodrigo! exclamó, ¡que injusta he sido contigo! M. L'Ambert permaneció soltero. Hízose fabricar una nariz de plata esmaltada, cedió su bufete a su oficial mayor, y compró una casita, de modesta apariencia, cerca de los Inválidos. Algunos buenos amigos alegraron su morada.

Habia unos 3,000 inválidos cuando visité el establecimiento, y se me informó que ademas de esos, que son internos, muchos millares de externos recibian pensiones y servicios del Hospital. Visité detenidamente la capilla, el museo, el refectorio, las cocinas y despensas y tres de los dormitorios en los dos grandes edificios principales, y en todos esos sitios recogí las mas gratas impresiones.

Hay, allá lejos, negras y feas, las hornallas donde echan el carbón para el vapor los hombres tiznados. Pero adonde todos van es al campo que tiene delante el palacio donde los soldados mancos y cojos cuidan la sepultura de piedra de Napoleón, rodeada de banderas rotas: ¡y en lo alto del palacio, la cúpula dorada! Todos van, a ver los pueblos extraños, a la Explanada de los Inválidos.