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Tirso de Molina, en un romance que insertó en sus Cigarrales de Toledo: «Según arenas criáis y estáis ya caduco y viejo, moriréis de mal de orina, como no os remedie el cielo. Como Alcalá y Salamanca, tenéis, y no sois colegio, vacaciones en verano y curso sólo en invierno

Después usted la vio en los Cigarrales, según me escribió ella misma; más tarde, ahora, se me muestra tan admirador de ella y tan afligido de mi felicidad, que no puedo menos de volverme caviloso y preguntarme si usted ha tenido o tiene proyectos iguales a los míos, y si esos proyectos se refieren a la misma persona, que es, digámoslo claro, la mitad o la principal parte de mi vida.

Desde aquella noche en que Sola se expresó con tanto calor, diciendo, «quiero casarme con el viejo», este, lejos de mostrarse ensoberbecido con declaración tan halagüeña, se volvió más taciturno. Fueron a pasar el verano a los Cigarrales, y dos tardes después de instalarse en su casa de campo, Cordero salió a paseo con Sola, bajando hacia la margen del río.

Otras veces entraba la gente en el jardín para proporcionar algunas ganancias al señor Esteban. Las devotas le encargaban ramos para sus imágenes o compraban tiestos de flores, creyéndolos preferibles a los de los cigarrales, por ser de la Iglesia Primada. Las viejas pedían ramas de laurel para guisos y medicinas caseras.

Después de un corto silencio, añadió, con el deseo de consolar a su hermano: Pero Sagrario, mi sobrina, estará hecha una hermosura. La última vez que la vi parecía una reina, con su moño rubio y aquella carita sonrosada, de vello dorado, como un albaricoque de los cigarrales. ¿Se casó con el cadete o está con tigo? El Vara de palo puso el gesto más sombrío y miró a su hermano torvamente.

Indiferente no; pero quien tanto ha luchado y tanto ha vencido, no podía de ningún modo comprometer su victoria. Soy la misma ahora que cuando fui por primera vez a los Cigarrales a pasar los mejores días de mi vida.... La menor duda de usted sobre esto será para una ofensa.

Después de la primera visita D. Benigno bajó cojeando la escalera; y ciñendo estrechamente al cuello el embozo para abrigarse bien, dijo dentro de su capa: «No sirve, no sirve para el caso». Partió, pues, a los Cigarrales en compañía de Alelí, que ya casi no se podía tener derecho, y allí, en aquel delicioso edén de almendros, aconteció lo que pronto, muy pronto verá el juicioso lector.

Sola se resistió a ir a los Cigarrales mientras no tuviese noticias de su marido o no le viese entrar sano y salvo. Aquel día pasó en soledades y suspiros, en mirar al suelo y al cielo, en interrogarse con los ojos, sin atreverse a formular verbalmente el triste pensamiento.

En las conversaciones de los días siguientes tuvo el buen acuerdo de no nombrar a la familia ni los Cigarrales, ni mentar cosa alguna que pudiese relacionarse con el importuno asunto de sus futuras bodas.

Figúrese usted, señor mío, que me acercaba a mi casa de los Cigarrales, y la visión era tan perfecta que todo estaba delante de claro, vivo, verdadero. Una soledad tristísima envolvía mi finca. Ni mis hijos, ni mis criados aparecían por ninguna parte.... Me acerco más, miro a las ventanas y las ventanas me miran con ceño.